viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 51

Poco a poco las tumbas fueron quedando solas. Hicimos el camino de regreso hacia los autos. Teresa se subió con sus hijos al Land Rover del Tano, pero no manejaba ella, sería un hermano o un cuñado, alguien de la familia sin duda, porque no lo conocíamos. Carla se fue con una amiga. Y Lala con los padres de Martín. Quedábamos unos pocos terminando de despedirnos en el estacionamiento cuando llegó Ronie. En una silla de ruedas que arrastraba su mujer. Llevaba un yeso en la pierna. No lloraba. Ella tampoco. Pero sus caras desgarraban a quien se atreviera a mirarlos. Ronie llevaba la vista fija hacia adelante, como si no quisiera que nadie se detuviera a decirle nada. Fue inútil. Dorita Llambías se acercó y le apretó la mano. "Fuerza, Ronie." Y Tere Saldívar la tomó del hombro a Virginia, "Estamos para lo que necesites". Ella asintió con la cabeza, pero no se detuvo. "Es al lado del cantero de violetas de los Alpes fucsias", le indicó alguien cuando ya seguían su marcha como si supieran adonde ir. El mismo camino que acabábamos de desandar nosotros. Las ruedas de la silla se trababan cada tanto en el adoquín, y Mavi agitaba la silla hacia adelante y hacia atrás para destrabarlas, pero no se detenía. Los mirábamos alejarse. No se detuvieron hasta que llegaron a los tres pozos abiertos cubiertos con la alfombra verde. Entonces Mavi colocó la silla de su marido junto a ellos y se alejó unos pasos. Ronie, de espaldas a nosotros, en línea con las tres tumbas, completaba la que habría sido suya.

Capítulo 46

Llegamos a casa cerca del mediodía. Juani no estaba y eso sumaba una preocupación más. Acomodé a Ronie con su silla en el living, frente a la ventana que da al parque. "¿Querés un té?" Dijo que sí y fui a la cocina a preparárselo. Tomé coraje y llamé a lo de Andrade. Juani estaba ahí, con Romina, y en cierta forma eso me dejó tranquila. Serví dos tés en una bandeja y fui al living otra vez. Me encontré con la silla de ruedas vacía. "Ronie", grité. Lo busqué en toda la planta baja. Salí al jardín, fui hasta la calle, miré a un lado y al otro. No podía haber llegado muy lejos con la pierna enyesada. Volví a entrar en la casa. Volví a gritar su nombre. No entendí. Hasta que vi la escalera. Ronie estaba en la terraza, agarrado de la baranda, con la pierna enyesada en el aire, agitado por el esfuerzo de haber subido saltando sobre la pierna sana. Miraba la pileta de los Scaglia, detrás de los álamos. Me acerqué despacio, casi sin hacer ruido. Lo abracé. No recordaba cuánto hacía que no abrazaba a mi marido. Me agarró la mano y la apretó fuerte. Lloró, apenas, después más intenso. Trató de calmarse. Giró hacia mí, me miró, y así de la mano me llevó directo a aquella noche, la del 27 de septiembre de 2001, cuando junto a sus amigos comía en la casa del Tano.

Comieron fideos cortados a cuchillo, amasados por el propio Tano. Con tomate y albahaca. Después jugaron al truco, una partida, dos, tres. Y bebieron, mucho. Ronie no se acuerda de quién estaba ganando. Sí cómo habían formado las parejas: Martín y Gustavo contra el Tano y él. Mientras jugaban salió el tema de la mudanza de Martín a Miami. No se acuerda cómo, pero el tema lo había sacado el Tano. Te tenes que quedar, dijo. ¿A qué? A morir con dignidad. Hace rato que dejé de sentirme digno. Porque no estás haciendo las cosas bien. Estoy meado por los perros, decido ir a Miami y vuelan las Torres Gemelas. ¿Tenes para el truco? ¿A qué vas a Miami?, ¿a que te llenen el agua de ántrax? Truco. ¿A consumir el poco ahorro que te queda? Dame más vino. Vas a terminar trabajando de cualquier cosa, y tu mujer limpiando tu casa. Quiero. Y si te descuidas alguna otra casa más para sacar unos mangos. No tengo opción. Sí que tenes. Cuál. Quedarte. Acá ya no se puede vivir. ¿Y quién habla de vivir? ¿A quién le sirvo más vino? Si no podes vivir con dignidad, morí con dignidad. Silencio. ¿Quién da? Los cuatro tenemos la oportunidad de salir por la puerta grande. ¿Salir de dónde? Salir de esto. No te entiendo. Yo voy a salir de esto por la puerta grande y les estoy dando la oportunidad de seguirme. Che, yo tengo trabajo, se ríe Gustavo. ¿Y dignidad?, pregunta el Tano. Envido. Envido. ¿Por qué lo decís? Veintinueve. Son buenas. Por nada lo digo. ¿Qué sabes? ¿Yo de vos? Lo importante es lo que cada uno sabe de sí mismo. Voy callado. Y qué hace cada uno cuando nadie lo ve. Truco. O cuando cree que nadie lo ve. Quiero retruco. ¿Por qué lo decís? Yo voy a morir con dignidad, esta noche, solo o con ustedes. ¿Tano, estás jodiendo, no? ¿Yo?, no, Ronie. Parda la primera. A nadie de los presentes le falta motivo para hacer lo mismo. Silencio. Sos mano vos, Tano. ¿Fue parda? Tengo un seguro de vida por quinientos mil dólares. Silencio. Si eso no es digno... Truco. Si muero, mi familia cobra la prima y sigue viviendo como hasta ahora, exactamente como hasta ahora. No quiero. Previsor, Tano. Vos también tenés un seguro de vida, Martín, por menos guita, pero más que suficiente. Estás equivocado, yo no tengo seguro. Sí tenés, lo pago yo con tu obra social. Maldon. Silencio. ¿Por cuánto me lo sacaste? Che, ¿por qué no se dejan de joder? Envido. Nunca hablé más en serio en la vida. Real envido. ¿Tenés? No. No queremos. Lo importante es que nadie sospeche. ¿Qué cosa? Que fue un suicidio, si no, no pagan. ¿Canto algo chiquito? Tiene que parecer un accidente. Hasta truco canto. No, nos vamos al mazo. ¿A mí también me pagaste un seguro?, pregunta Gustavo. No, en tu caso mejor es no tener seguro. ¿Ustedes están jodiendo? ¿Cuál es mi caso? Darle en serio un golpe a tu mujer. Silencio. Ronie bebe. Pegarle como le pegas es al pedo, golpéala en serio, donde le duele, en el bolsillo. Gustavo tira las cartas sobre la mesa. Se levanta, camina alrededor de la mesa. Vuelve a sentarse. Lo sabe todo el club, Gustavo, tus vecinos hicieron una denuncia en la guardia la última vez, por los gritos. Levanta las cartas y repartí, dale. Reparto yo. Corto. Yo no le pego. Envido y truco. No quiero el primero, quiero el segundo. Quiero retruco. Yo no le pego. Quiero. Fue una vez, que me saqué, pero yo no le pego. Quiero vale cuatro. En la guardia tienen asentadas más de cinco denuncias off the record. Yo no soy eso, yo no, es ella que me saca... ¿El ancho también lo tenés? Qué lo parió. Dame vino. ¿Y cómo sería? Che, déjense de joder, insiste Ronie. Yo no me quiero ir a Miami, lo hago por ellos. Por ellos matate, y dejale más dinero del que harías en el resto de tu vida en Miami o donde sea. Gustavo bebe, una copa, otra. Vamos por el bueno, dice el Tano. Baraja. No me gusta que jodan con esas cosas. No es joda, Ronie. No te creo. ¿Y cómo sería? Morimos electrocutados, en la pileta, primero nadamos, borrachos, escuchamos música y cuando quiero acercar el equipo, desde el agua, el alargue se desprende y cae a la pileta. 220 voltios que recorren el agua a la velocidad de un rayo. Nos fulminan. Todos tenemos que estar tocando algún borde para hacer masa. Anulé el disyuntor, para cuando salte la térmica del circuito externo vamos a estar secos. ¿En la pileta y secos?, se ríe Urovich. Están locos. No te equivoques, Ronie. Y vos el más loco de todos. El más loco es el más cuerdo, Ronie, a veces sólo algunos vemos la realidad, las empresas cierran, los capitales extranjeros se van, cada vez se pelea más gente por un mismo puesto gerencial, y yo soy el loco. Bebe. Tendrías que leer algo de la cultura oriental, los chinos, los japoneses, esos sí saben del valor de quitarse la vida a tiempo. ¿Y vos desde cuándo lees cultura oriental, Tano? Desde que se dejó la barba candado, bromea alguno que no es Ronie. A lo mejor algún día, algún año, cuando manejen este país otros, algo cambie y seamos un país en serio, pero va a ser tarde, nosotros no vamos a tener edad para disfrutarlo, ni esta casa, ni este auto, pero nosotros podemos salvar a nuestra familia de la caída. Yo no estoy cayendo. Vos ya estás estrellado, Gustavo. ¿Doy? Yo no juego más. No nos podes plantar, Ronie. Una mano más, dale. Corta. ¿Y si sale mal? ¿Si se dan cuenta? Flor. ¿De qué? Del engaño. Cuatro electrocutados no pueden ser sospechados de suicidio. Además de loco te crees mucho más inteligente que el resto, dice Ronie. No sé si inteligencia es la palabra, pero esto no es Guyana ni yo Jim Jones, nadie va a sospechar. Truco. ¿Te prendes o no, Ronie? Estás mal de la cabeza, Tano. ¿Es eso, o que no querés ver cuál es tu motivo para suicidarte? A mí caer no me asusta como a vos, Tano. No, ya lo creo que la caída a vos no te preocupa, por eso no querés ver tu verdadero motivo para matarte. Sería tu motivo, no el mío, no me interesa. Debería interesarte. Estás loco. Hacelo por tu hijo, Ronie. No metas a mi hijo en esta mierda. Tu hijo ya está metido en la mierda. Ronie se levanta, lo agarra del cuello de la camisa. Martín y Gustavo, como pueden, los separan. Los sientan. El Tano y Ronie se miran. Sos un fracasado, Ronie, por eso tu hijo se droga. Ronie otra vez se va a las manos. Y vos un reverendo hijo de puta. Soltalo, Ronie. Te voy a cagar a trompadas. Basta. No se te ocurra volver a mencionar a mi hijo. Lo suelta. ¿Hasta dónde pensás llegar para mantener todo esto, Tano? Yo ya llegué, no te confundas, Ronie. Vos no tenés límite. La verdad que no. Sos un hijo de puta. Yo no le vendo la droga a tu hijo. Yo tampoco. Pero le marcas el camino hacia el fracaso. ¿Y qué es el fracaso, Tano?, ¿yo soy el fracaso?, ¿y vos qué?, ¿electrocutarse te va a salvar de ser un fraude? Mira a los otros dos. ¿Y ustedes, qué clase de fracasados son, de la mía o de la del Tano? Mejor ándate, Ronie, le dice Martín. Va a ser lo mejor, Ronie, dice Gustavo. Anda tranquilo, Ronie, le dicen. Ya te contestaron. Ya me contestaron. No estás a la altura de las circunstancias. No, no estoy. ¿Ustedes dos? Anda tranquilo, Ronie, en serio, le dice Gustavo, y lo acompaña a la puerta. Ronie se va. A su casa, a su terraza. La nuestra. Convencido de que están locos, borrachos, idiotas, pero que finalmente no van a hacerlo, que va a terminar siendo pura chachara, que llegado el momento primará un resto de cordura y no habrá pileta, ni música, no habrá cable, no habrá electricidad, no habrá suicidio. Está seguro. Hicieron bien en pedirle que se vaya, Gustavo y Martín lo van a manejar al Tano mejor que él. O a lo mejor se pusieron de acuerdo los tres para tomarle el pelo y ahora se ríen mientras toman un poco más de vino. Ronie llega a casa y sube la escalera, se sienta a esperar que no pase lo anunciado al otro lado de la calle. Sin embargo, arriba, en su terraza, mientras bebe y los hielos se resbalan por el piso de baldosas, mientras Virginia le habla y no la escucha, mientras suena ese jazz contemporáneo y triste, lo que ve a través de los álamos que apenas se agitan en el aire pesado de esa noche le demuestra que se había equivocado.

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