viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 45

Caminan. En la casa de Willy Quevedo se escucha música. Él también debe estar despierto. La luz de su cuarto está apagada pero hay un resplandor. La pantalla de la computadora seguramente. Debe estar chateando. Romina se quiere quedar a mirarlo; le gusta Willy, todavía piensa en él a pesar de lo que le hizo. Transó con Natalia Berardi mientras salía con ella. Pero Juani se la lleva para otra parte. Doblan en la primera esquina. Se suben a otro árbol. El papá de Malena Gómez se pone horquillas en el pelo para dormir. Lo descubre Romina por la ventana de su baño en suite. Y redecilla. Juani al principio no lo cree. Pero se acercan con el zoom de la cámara que Romina le roba todas las noches de ronda a su padre. Romina lo obliga a mirar. Usa redecilla. El papá de Malena entra al baño y se pone a mear, con la ventana abierta y la luz prendida. Con redecilla y horquillas. En Altos de la Cascada nadie se cuida de que lo vean los vecinos. Los vecinos están muy lejos. En algún sitio detrás de aquellos árboles. Quién se va a imaginar que hay alguien espiándolo desde el roble de su propia casa.

Capítulo 38

Cada uno pegó, a su turno, con su madera 1 en la salida del hoyo 9. El último hoyo que iban a jugar esa mañana, un hoyo par cuatro. Hasta esa salida llevaban los dos la misma cantidad de golpes anotados en su tarjeta. Una semana atrás Alfredo Insúa había invitado al Tano a jugar al golf. Y el Tano había aceptado. Era un deporte que no le gustaba demasiado y en el que no se destacaba como en el tenis, pero Insúa era un compañero de línea que nadie que valorara los buenos contactos se atrevería a despreciar. Hacía tiempo había superado el episodio del plato con mierda que le había dejado su mujer anterior, y se pavoneaba tranquilo con la nueva los fines de semana. "Sólo nueve hoyitos, Tano", le había dicho, "porque a media mañana tengo que estar en la oficina". Tener algo más de dos horas para charlar con el dueño de una compañía financiera era una oportunidad que más de uno le habría envidiado. Le extrañaba qué sería lo que Alfredo Insúa necesitaba de él. No eran amigos, apenas conocidos, aunque había estado en casi todos sus cumpleaños, y viceversa, pero era sabido que una invitación de Insúa siempre tenía contrapartida, aunque el invitado no tuviera conciencia de qué era lo que estaba dando a cambio. Sin embargo, ya habían jugado ocho hoyos y más allá de hablar de economía o finanzas en general, no había aparecido tema alguno del que ninguno de los dos pudiera sacar provecho.

La pelota del Tano fue a dar contra la copa de un árbol y quedó a medio camino entre la salida y la pelota de Alfredo. De todos modos tenían unas cien yardas de caminata antes de que el Tano volviera a golpear. Cada uno agarró su carro y avanzaron. Esa vez sí hablaron de negocios. Tal vez Alfredo había estado esperando exactamente eso: estar a un golpe de ventaja. "¿Cómo anda Troost, Tano?" Y al Tano ya casi no le molestaba la pregunta. Había pasado más de un año desde su despido, y el Tano había armado la cosa lo suficientemente bien como para saber qué contestar. "Bien, supongo..." "¿Cómo supongo?" "Estoy afuera, trabajo con ellos pero no estoy más en relación de dependencia..." "No te puedo creer..." A pesar del tono de asombro, era imposible creer que Alfredo Insúa no supiera de su desvinculación. El "mercado" es chico, y La Cascada, más chica aún. "¿Pero la empresa está bien? ¿O te fuiste porque los holandeses están manejando mal el riesgo?" "No, me fui porque me harté..." Alfredo se detuvo un instante a quitar una rama que se había enredado en el carro que llevaba sus palos Callaway de grafito último modelo. "Te entiendo, ¿sabes las veces que me pregunto qué estoy haciendo yo, trabajando veinte horas por día, en el microcentro? Sobre todo cuando ves esta otra realidad", dijo y barrió con la mirada la cancha de golf frente a él. Llegaron a la pelota del Tano. No era una pelota fácil, estaba detrás de la línea de árboles, tenía que pasarla por encima de las copas si no quería arriesgarse a dejarla colgada en alguna rama. Las cotorras gritaban y confirmaban el silencio de la cancha. Eligió el palo, practicó el swing, se perdió con la vista arriba de la hilera de árboles, se acomodó otra vez, probó una vez más, y recién después golpeó. La pelota se elevó, pasó por encima de los eucaliptos y cayó a dos metros de la de Alfredo, pero detrás de ella, así que otra vez pegaba él. "Buen golpe, Tano", dijo Alfredo, y avanzó hacia las pelotas. "Apenas como para corregir el error anterior", minimizó el Tano, y lo siguió. "¿Y qué andas haciendo ahora?", preguntó cuando sólo quedaban tres hoyos por recorrer. "Me fui muy bien, y sigo vinculado con ellos, les doy una mano con temas de consultoría. Bien, tranquilo, buena guita. No podría estar jugando golf un miércoles a esta hora si siguiera trabajando como antes." "Tal cual, a mí en cualquier momento me suena el celular, y te dejo colgado. Aunque ganes un poco menos, Tano, a nuestra edad la calidad de vida no tiene precio..."

Llegaron a la pelota del Tano. Se detuvieron. El Tano frente a ella y Alfredo dos metros detrás de él. El Tañó golpeó. Avanzó Alfredo y golpeó su pelota. Las dos cayeron dentro del green, pero desde esa distancia no podía saberse cuál se acercaba más al hoyo. Otra vez avanzaron juntos. Alfredo usaba zapatos con clavos que se hundían en el pasto a cada paso. "Qué raro que te dejaron salir con zapatos con clavos. Yo creía que en esta cancha seguían prohibidos." "Siguen. Pero, como decía mi viejo, es más fácil obtener el perdón que el permiso. Aunque te soy sincero, a mí no me gusta pedir ninguna de las dos cosas, Tanito." Una liebre se cruzó delante de ellos como escapando y se perdió detrás de una laguna. "Che, ¿pero entonces andan bien los de Troost?", insistió. "Perfecto, como siempre. ¿Por qué te interesa tanto?" "Porque estoy haciendo algo con ellos, en realidad no con ellos sino con sus pólizas. Estoy viaticando seguros de vida." "¿Y eso qué es?" "Descontarlos. Le das la guita contra la póliza endosada a tu nombre, vos pasas a ser el beneficiario, es un procedimiento administrativo muy sencillo. Lo haces en dos minutos. Solamente lo hacemos con pólizas de aseguradoras serias y Troost siempre fue primera línea. Claro que hemos visto caer cada gigante que uno está curado de espanto, ¿no, Tanito?" "¿Y vos cuándo cobras?", preguntó el Tano. "Cuando se cobra cualquier póliza de seguro de vida, cuando el ñato se muere." A Alfredo le sonó el teléfono, se detuvo un instante, dio dos o tres instrucciones y cortó. "Y lo que tiene de bueno el sistema es que la guita la llega a disfrutar el que pagó la póliza y no los parientes. Apareció con el tema del sida, que a estos tipos le chupaba toda la guita el tratamiento... entonces, si tenían una póliza preexistente a la enfermedad, y estaba claro que ya no había vuelta de hoja, ¿me entendés?, vos le dabas la guita, el tipo vivía ese tiempo mejor, y después vos cobrabas el seguro taca taca." "No conocía el negocio." "Y, el mercado financiero es así, un flash, hay que estar buscando todo el tiempo cosas nuevas. Cuando sabes mirar, siempre aparece un nuevo nicho." "Se pudre algo y aparece otra cosa." "Tal cual, Tanito, hay que estar atento, y si es posible pegar primero. Esto de la viaticación es un negocio de esos redonditos, que si está bien evaluado no tiene riesgo. Mejor que descontar hipotecas. Le tomas la póliza al 80 por ciento y cobras al toque. Imaginate que te rinde un 20 por ciento muchas veces antes de que se cumpla un año del endoso, una tasa de la puta madre, y en dólares, Tano." "Impresionante." "Impresionante." "¿Y se lo haces sólo a gente con sida?" "No, al contrario. Ahora en ese segmento se pudrió un poco la cosa por el tema de las drogas nuevas, que les terminan alargando la vida a los pibes. Al pedo, pobres, si morirse se van a morir igual. Pero se alargó el plazo, y eso te complica mucho para fijar una tasa que rinda. El mercado está un poco enrarecido, le podes pifiar fiero. Nosotros estamos pagando mejor otro tipo de siniestros." "¿Como cuáles?" "Otras enfermedades... de ésas que nadie quiere nombrar... qué sé yo, cáncer de pulmón, hepatitis fulminante, tumores cerebrales... No sé bien, a mí esa parte del negocio me da un poco de impresión, y para eso están los asesores médicos que estudian el caso y nos pasan un informe... A mí no me saques de los números, Tanito..."

Llegaron al green. Alfredo se agachó para ver hacia dónde caía la pendiente. Estudió la caída desde distintos ángulos. El Tano lo observó y no necesitó agacharse, confió en la evaluación de su compañero de línea. Sacó su putter y avanzó hacia la pelota. "Che, Tano, ¿y vos no te quedaste con ningún listado de clientes de Troost? Porque si vos podes acercarnos pólizas para descontar, yo te puedo habilitar un porcentaje. El problema de crecimiento que tiene este negocio es que uno no lo puede salir a ofrecer masivamente, ¿me entendés?, la gente se impresiona, hasta que entra, fíjate con el tema de las parcelas de los cementerios privados, al principio te daba impresión y hoy quién no tiene una..." "Listado no, pero tengo buena memoria, y parcela en el Memorial." Alfredo festejó el chiste. "Bueno, si te interesa, avísame. Vos podrías manejar el producto de taquito, y en todo caso te damos un cursito de capacitación; como es un tema delicado hay que saber qué palabras usar para venderlo, ¿sabes? Nosotros capacitamos con gente de neurolingüística, que te ponen la palabra justa. Avísame." "Te aviso."

Alfredo pegó, suave, como correspondía según la distancia. La pelota pasó por al lado de la del Tano y entró. Un golpe menos que el par del hoyo, lo suficiente como para sentirse más que la media. Lo suficiente como para que el Tano ya no tuviera chance de ganarle. Fue hasta el hoyo y levantó su pelotita. El Tano sacó su puttery se paró frente a la suya sabiendo que ya había perdido. Aflojó las rodillas, elongó el cuello a un lado y al otro, se balanceó levemente. Estaba a punto de pegar, pero antes preguntó. "¿Che, y te acordás de quién son las pólizas de Troost que descontaste?" "No, pero las tengo anotadas en la agenda, después te digo." El Tano pegó y la pelota también entró, pero para él no fue suficiente, había perdido un golpe en la copa de los árboles. Su adversario ya le había ganado por un golpe.

Tomaron algo juntos en el bar antes de irse. Alfredo buscó en su agenda los datos de las pólizas de Troost. "Una es de una tal Margarita Lapisarreta... Y la otra de Oliver Candileu." "A Oliver lo conozco bien, es el ex marido de una mujer que trabaja en Troost." "Ojo que es confidencial, Tano, mira que es un tema... sensible." "¿Qué tiene Oliver?" "Póliza muy buena, sobre Londres, con una prima de trescientos mil dólares, pero con una cláusula de retiro anticipado muy leonina, le sacaban casi la mitad de la guita." Alfredo puso sobre la mesa la plata para pagar lo que habían tomado los dos y se levantó. "Pero él, ¿qué tiene? ¿De qué se va a morir?" "No me acuerdo, pero debe ser algo bien fulminante porque se llevó el 83 por ciento, imaginate... El descuento más alto que dimos hasta ahora. ¿Es amigo, che, te jode?" "No, no es amigo." Alfredo se cargó la bolsa de palos al hombro. "¿Me avisas, entonces?" "Te aviso." Le palmeó el hombro y se fue. El Tano se quedó un rato más en el bar, con la vista perdida en el verde inmaculado de la cancha de golf, pensando en por qué lo habrían llamado viaticación.

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