viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 15

Capítulo 10

Un verano, la plaza de juegos de Altos de la Cascada apareció totalmente renovada. Eligieron hacer los cambios esa época del año porque es cuando hay menos gente en el barrio, y muchos de los que están son personas de paso que alquilan una de nuestras casas para sus vacaciones mientras nosotros veraneamos en alguna otra parte. Los que peor negocio hicieron ese año fueron los que viajaron a Pinamar, que ese verano estuvo alterado por el asesinato del fotógrafo que había retratado al empresario de correos privados paseando por la playa. La Comisión Infantil presentó al Consejo de Administración un informe detallado de cada juego que sería reemplazado. El club crecía en distintos sectores y no podía ser que la plaza se hubiera quedado detenida en el tiempo, argumentaban como punto destacado de su presentación. Y cerraban la nota con la frase: "No seamos ciegos, los niños son nuestro futuro". Se contrataron dos arquitectos especialistas en plazas infantiles, los mismos que habían diseñado las plazas de varios countries de la zona y de dos shopping centers; dibujaron un proyecto, se pidieron tres presupuestos y se aprobó el más conveniente. Finalmente los juegos de hierro y madera que estaban desde los primeros tiempos del barrio se cambiaron por juegos de plástico estilo Fisher Price. Daba pena cuando la gente de mantenimiento bajaba el tobogán más grande que alguna vez haya visto ningún chico de La Cascada. Pero en el informe quedaba claro que los elegidos para reemplazarlos eran más modernos, más seguros, que necesitaban menos mantenimiento. Y los cambiaron. Pusieron nuevas plantas bordeando todo el camino de la plaza, y reemplazaron los bebederos de chorrito, con los que a pesar del enchastre tanto se divertían los chicos en verano, por dispensen de agua mineral. Eso no estaba en el proyecto original, pero se incorporó a partir de un programa de televisión donde denunciaron que las napas de la zona podían estar contaminadas con alguna sustancia que nunca apareció en los análisis.

Junto con los nuevos juegos, la plaza también empezó a sonar distinto. Las voces en el arenero habían ido cambiando de a poco, sin que nadie lo notara, hasta que un día se hicieron oír. Eran las mismas risas y gritos de chicos, pero las voces adultas hacían la diferencia. Hasta principios de los noventa predominó el canto de alguna provincia del interior y la tonada paraguaya. Era el tiempo de "la patrona", o del "che, patrona". Pero a partir de los noventa la tonada peruana fue tapando las otras. Tapando a pesar de ser una voz más dulce, más calma, y más educada. "Bota eso que te vas a ensuciar..." "Este muchachito es un demonio." "Esta niñita anda siempre calata." "Yo le vi, esa muchachita entreveraba la arena y molestaba a los otros." Pero todo dicho en un tono bajo, como si no quisieran incomodar. Y entre medio, como siempre, las risas y los gritos que subían y bajaban por los distintos circuitos de colores.

A partir de la reforma hubo toboganes amarillos, rojos y azules, túneles y pasadizos. Hubo barras "pasamanos" para atravesar colgando y balanceándose de un lado al otro del cajón de arena. Hamacas de plástico símil madera para los más grandes y de plástico verde para los más chicos, con traba de seguridad. Columpios, argollas, un sube y baja y una calesita. Sobre unos pilotes instalaron una casa de techo azul y puerta amarilla que importaron directamente de la fábrica Fisher Price de los Estados Unidos para Altos de la Cascada, una especie de "casita del árbol", con redes en las ventanas para que los chicos se asomaran pero no se cayeran, desde la que se podía llegar al tobogán por un puente colgante. La plaza, más limpia que nunca, brillaba en sus colores primarios. Lo único que quedó de la plaza anterior fueron las cadenas de las hamacas, unas cadenas gruesas de esas que ya nadie fabrica. Los arquitectos no pudieron convencer a nadie de que la soga de plástico que venía con los nuevos juegos permitiría enroscarse y hamacarse hasta el cielo como lo permitían esas cadenas.

Capítulo 11

Romina y Juani se conocen en la placita de La Cascada. A pesar de ir al mismo colegio, no se cruzaron antes. Se conocen una tarde. Juani llega en bicicleta, solo. Es uno de los pocos chicos que va a la plaza solo. Todos los demás están acompañados. Por sus "chicas que los cuidan". Las empleadas domésticas de sus familias. Juani ya no tiene; tuvo, pero ahora no, sólo viene una mujer a limpiar la casa por las mañanas, pero a la mañana él va al colegio. Los chicos se hamacan demasiado rápido. Algunos se enroscan y luego giran descontrolados. Romina no los mira para no marearse. Dibuja con una rama en la arena. Dibuja una casa, y un río. Los borra. Un chico muy alto enrosca la cadena de la hamaca al travesaño superior para quedar más lejos del suelo. Antonia balancea a Pedro en una hamaca de bebés mientras charla con otra empleada. Hablan el mismo idioma, pero suenan distinto. El chico muy alto se aburre y se va. Juani se sube a la hamaca que deja. La desenrosca. Se hamaca solo. Dos nenas se pelean por otra hamaca. Una de jean bordado le tira del pelo a otra de vestido rosa. La otra llora. Nadie las mira, sólo Romina. Llora más fuerte. Grita. Entonces se acercan las chicas que las cuidan. "Qué demonio eres", le dice una a la que no llora. "Déjale la hamaca a tu amiguita, no le hagas llorar." La chica no quiere, no suelta la hamaca. La del vestido rosa llora más. Juani se baja de su hamaca y estira las cadenas hacia donde está la chica que llora. "Toma", le dice. Romina mira, mientras dibuja en la arena. "Yo quiero la otra", le contesta la chica. Juani le acerca su hamaca a la chica que no llora, le propone cambiarla por la que quiere la que llora. La que no llora no acepta. Juani se fastidia y se vuelve a hamacar, alto, cada vez más alto. "Le voy a decir a tu mamá", le dice la chica que la cuida a la que no llora y no larga la hamaca. "Puta", le contesta la chica y sale corriendo. La chica que llora deja de llorar y sale corriendo detrás de ella. Le pisan el dibujo a Romina. Se suben al tobogán amarillo, se tiran, se ríen. Las chicas que las cuidan vuelven a sentarse en el banco y otra vez hablan. Una se queja de que su patrona no le deja dormir la siesta y que por eso se le hinchan las piernas. Juani se hamaca cada vez más alto. Romina lo mira. Sepulta el dibujo pisado pasando sobre él la rama y vuelve a mirarlo. Desde donde está ella parecería que Juani tocara el cielo con los zapatos marrones. Le falta un cordón. Romina se para, va a la otra hamaca. Se hamaca. Trata de alcanzarlo. Cuando cree que está a punto de hacerlo Juani se arroja desde lo alto y cae sobre la arena. La hamaca vacía sigue moviéndose, pero ahora lo hace sin peso, incierta. Romina quiere saltar, pero no se atreve. "Dale, tírate que no pasa nada", le dice Juani desde abajo. Ella va y viene sin decidirse. "Dale, que yo te espero." Romina se lanza. Se deja caer en el aire y por primera vez desde que vino de Corrientes se siente liviana. Cae a la arena y se tuerce un pie. Juani la ayuda a levantarse. "¿Te lastimaste?", le pregunta. "No", le contesta ella y se ríe. "¿Cómo te llamas?", le pregunta él. "Ramona", escribe ella sobre la arena.

(Ver página 16)
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