viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 18

Quedé demudada. Las mujeres me miraban. No sabía qué decir. " Juani está viendo mucha televisión sólito?" Sí, siempre miró televisión solo, desde chico. "¿Puede ser que haya visto algún canal condicionado sin que ustedes se enteraran?" "No estamos abonados." "¿Acostumbra mentir con cosas así o es la primera vez?" "No sé." "¿Revisan el historial de la computadora?" "¿Qué es el historial?" Ellas tampoco sabían bien, pero la profesora de computación les había sugerido que me preguntaran. "¿Puede haber tenido acceso a páginas pornográficas?" "No sé, en casa no tenemos computadora, yo tengo la de la inmobiliaria." "¿Y en casa de algún amigo?" "¿Toma mucha Coca Cola antes de ir a dormir?" "¿Alguna situación familiar que pudiera estar influyendo?" Estaba mareada. Presión baja, confusión, desconcierto, algo de todo eso, o todo eso junto me estaba nublando la vista y haciendo perder el equilibrio. "¿Un vaso de agua?" "No, gracias." Me aconsejaron hacer una consulta con una psicóloga. Más que un consejo fue casi una orden. "Dado lo delicado del tema, tenemos que actuar cuanto antes. El tiempo es fundamental en una cosa así, tenemos que resolverlo lo más rápido posible, antes de que nadie venga a quejarse" "¿A quejarse quién? ¿Fernández Luengo?" "No, Fernández Luengo no se va a enterar. Cómo le vamos a decir una cosa así. Ni a él ni a nadie. Pero algunos de los compañeros de Juani vieron el dibujo. Y no podemos asegurar que ellos no lo comenten. Los padres sienten miedo ante estas cosas, sienten que puede haber algún tipo de amenaza sobre sus hijos, y nosotros les tenemos que dar la seguridad de que sus chiquitines no corren ningún riesgo." ¿Chiquitines, dijo? "¿Y qué riesgo pueden correr?" "Por el momento nosotros creemos que ninguno que no podamos controlar, si no Juani ya no pertenecería a este colegio." La enunciación de esa posibilidad fue un cachetazo. "Avísanos en cuanto tengas el informe de la psicóloga. ¿Alguna otra duda?" Di las gracias y me fui. "Estale un poco más encima", me aconsejó la psicopedagoga antes de salir. Y me vino a la cabeza la imagen garabateada de Fernández Luengo encima de su perro.

Ese día no fui a trabajar. Por momentos me sentía culpable, por momentos avergonzada. Por momentos sentía bronca. Sacaba el papel donde Juani había hecho lo que había hecho y no lo podía creer. Conseguí el nombre de una psicóloga, pero no llegué a llamarla. No sabía cómo empezar a contarle. Ni siquiera a Ronie. Llamaba y cortaba. Por momentos no me acordaba si tenía que consultar a una psicopedagoga o a una psicóloga. Comí sola con Juani, Ronie volvía tarde. No pude hablarle tampoco a él del tema. Lo miraba y me preguntaba qué habría hecho mal yo. O Ronie. O los dos. Seguramente muchas cosas. Juani se fue a acostar. "Estale más encima." Y lo cierto era que últimamente estaba poco encima de Juani, trabajaba todo el día, hasta tarde, mostrando casas, alabando terrenos, consiguiendo hipotecas, y el chico se iba criando "a la buena de Dios", como diría mi madre. Es cierto que "la buena de Dios" en lugares como Altos de la Cascada difiere sustancialmente de "la buena de Dios" en otras partes. Acá se puede dejar a los chicos más solos sin preocuparse por los peligros que inquietan a madres puertas afuera. No hay posibilidades de que alguien te secuestre dentro del barrio; ni de que nadie se meta en tu casa a robarte; un chico de la edad de Juani puede ir y venir del club house a cualquier hora en bicicleta, solo; si se quedan en el salón juvenil siempre hay un profesor cuidándolos y los guardias haciendo su ronda; están acostumbrados a entrar a la casa de cualquier vecino, aunque apenas lo conozcan, o a subirse a cualquier auto. Es un ambiente de mucha confianza. La frase "no hables con extraños" acá no funciona. Si alguien vive en Altos de la Cascada no es un extraño, o no lo será en el corto plazo. Y si vino de visita fue chequeado en la barrera de acceso y eso da cierta seguridad. O ilusión de seguridad. A medida que avanzaba la última década del siglo nosotros nos protegíamos con más vehemencia rejas adentro. Cada vez más requisitos para autorizar que alguien ingrese, cada vez más personal de seguridad en la puerta, cada vez armas más grandes exhibidas a quien quisiera verlas. Desde hacía un par de meses se pedía, confidencialmente, el prontuario de todo jardinero, albañil, pintor y demás trabajadores que entraran con regularidad al country, a partir de que se descubrió que un electricista contratado en mantenimiento había purgado una condena por una violación diez años atrás y nosotros ni enterados. Incluso estaba previsto cambiar el alambrado perimetral por un sólido paredón de tres metros de altura. Primero se había evaluado la posibilidad de doble alambrado, uno de púa en el exterior y otro más coqueto en la parte interna, pero a la mayoría de los socios no les pareció suficiente. Una pared, para que nadie pudiera no sólo pasar sino tampoco vernos, ni ver nuestras casas, ni nuestros autos, eso era lo que todos queríamos. Y que nosotros tampoco viéramos hacia afuera. Aunque el paredón todavía no estaba aprobado, por una cuestión estética. Discutían si ladrillo o bloques de concreto hacía más de cinco meses.

Lo que sí era cierto era que Juani miraba mucha televisión solo, y tomaba litros de Coca-Cola.

En cuanto llegó Ronie, le conté. Empecé por el principio. No me dejó terminar, no llegué a contarle ni de las dudas de la directora, ni de la consulta que me aconsejaron, ni de la cafeína de la Coca, ni del perro. Mucho menos del perro. "¡No me digas que Fernández Luengo se pajea delante de la computadora!", se rió, y empezó a comer.

Capítulo 14

Carmen Insúa anotó en la planilla el nombre de las participantes y cobró los diez pesos de la inscripción. Hizo un esfuerzo y les sonrió a las próximas. No quería estar ahí. No se aguantaba sentada, casi inmóvil. El cuerpo le pedía caminar de una punta a otra, fumar un cigarrillo, tomar café. Había pensado inventar una excusa y no aparecer. Pero no podía. Nadie faltaba al torneo anual de burako de Altos la Cascada. Era a beneficio del comedor que apadrinaba el barrio. Y menos ella, que era no sólo una las organizadoras sino una de las fundadoras de "Las Damas de los Altos".

Encontró un momento entre la inscripción de dos parejas, y marcó el número del celular de Alfredo. Estaba apagado. Sus piernas se movían inquietas debajo de la mesita que hacía de escritorio. La pateó sin querer y Teresa Scaglia tuvo que sostener las planillas y las lapiceras para que no terminaran en el suelo. "' pido que no me hagas jugar contra Rita Mansilla", acercó a decirle una participante. "Nos acabamos de insultar mal en el último torneo de tenis."

(Ver página 19)
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