viernes, 25 de marzo de 2011

Anécdotas escolares

Escuela Industrial de Quilmes "Gral.Enrique Mosconi". 2ºaño.
Materia: Química orgánica.
Profesor: "Mono" Simulsmaken (o algo así).

Me resultaba fácil y entendía todo.
Toma prueba con 15 preguntas, algunas de las cuales eran dar las fórmulas de 4 ó 5 distintos compuestos.
Era para dos "horas" (45 minutos c/u + recreo intermedio de 10 min.). Total 1:40 horas.
Lo respondo en 30 minutos, pero me faltaba la fórmula de un alcohol.
Víctima de mi boludez congénita y los pocos años (14), intento ver el libro...

¡No lo alcancé a tocar y el "Mono" estaba a mi lado.
- ¡Tenés un 0!, dijo y me retiró la hoja.
No alcancé el promedio y "fuí" a diciembre con promedios 7, 8 y 4 en cada trimestre.

En la mesa examinadora había 3 "profes" tomando y me puse a "rezar" que me tomaran los otros.
Cuando me llama Ibarra entro, tratando que el "Mono" no me viera y empiezo a responder.

En un par de minutos, el "Mono" encara a Ibarra y dice:
- ¿Vos le estás tomando a éste?
- Sí -dice Ibarra-. (Allí pensé: este quiere preguntar a fondo y aplazarme).
- No hace falta -dijo el "Mono"-. Aprobalo porque éste sabe. Lo mandé a exámen por boludo.

PD: ¿Vió Don "Mono" [nunca supe (supimos) su nombre ni se escribir su apellido]? pero la enseñanza permanece.
¡Gracias!

miércoles, 23 de marzo de 2011

LA DECADENCIA DE LA AMISTAD. Por Alejandro Dolina.

Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es mas un tema de conversación que una actividad concreta. Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero. Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella. -Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno- nos gritan en la cara. Y no advierte que el sujeto esta esperando que lo feliciten por semejante hazaña. En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles. Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, colecciono algunas de sus obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente Los amigos. Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos. “… La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota. “…A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho mas divertidos que el tío Jorge. Durante mas o menos una década nadie estará mas cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese periodo. Después será demasiado tarde…” Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos. Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos: las vive con ellos. A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb, existio en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios. Fue la celebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran innegables. Todavía hoy se recuerda su ‘slogan’ publicitario: “Tenga un amigo desinteresado. Páguelo en cuotas”. Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y amplio. Los empleados sabían como atacar. -Buenas tardes. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer-. Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas, guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio catalogo de la proveeduría. Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. Amigos divertidos, ruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas. También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas encumbradas. Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que acompañaban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurrencias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a esta comparsa, solía marchar una corneta, que abría la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba: -Ahí viene el doctor Del Prete!!-. El trabajo se hacia tan bien, que muchos de los contratantes ya no podían prescindir de el nunca mas. Muchos profesionales del barrio extinguieron su fortuna pagando este servicio de la agencia. Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasión en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se terminaba la amistad. Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo fraternal. Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la proveeduría eran bastante nobles. Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres eligieran a los amigos de sus hijos, sin correr riesgo alguno. Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos, adiestrados en diferentes actitudes. Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes para avivar a los pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más piratas. Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decisión de los padres. Así se oían con toda frecuencia en Flores frases como esta: - Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre, caramba!-. Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio surtido de chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no contrataban amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto. El fracaso mas estruendoso fue el de la sección Amistades Mixtas. Nada cuesta razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían casi siempre otras intenciones. No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena – eso si- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada en la proveeduría. -Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No tratare de seducirla ni me pondré romántico ni le hare propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibilidad en un millón de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en virtud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un imbécil-. Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de Ocasión. Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa de afeminados. Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba allí. Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos. En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del cliente- el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era más fácil inventar antiguas amistades que rescatarlas del pasado. Se preparo entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza. Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando a los fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia. Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores, reírse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros. Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyo a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus escépticos. En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión. Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les permite escribir novelas. Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntarse si no será necesario inventar algo para reemplazarla. Sera difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco podra hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo. En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas.

Se trata unicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que estan mas cerca de nuestro espíritu. Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos. Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encaminé a cierta esquina que conozco. Tenia ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar. Pensaba ademas cosechar algun guiño amistoso despues de estos años en que estuve tan ocupado. Pero algo raro debe haber sucedido, porque no habia nadie.

lunes, 21 de marzo de 2011

El Principito - Dedicatoria

Antoine de Saint- Exupèry

"El Principito"
Con ilustraciones del Autor

A LEÓN WERTH

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío.
Tiene verdadera necesidad de consuelo.
Si todas estas excusas no fueron suficientes, quiero dedicar este libro al niño que, esta persona grande fue en otro tiempo.
Todas las personas grandes han sido niños antes (pero pocas lo recuerdan).
Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH CUANDO ERA NIÑO


El Principito - Capítulo 1

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Cuando tenía seis años, vi una vez un extraordinario dibujo en un libro que trataba sobre el Bosque Virgen, llamado "Historias Vividas". La lámina expresaba nada menos que una serpiente boa tragándose a una fiera. Aquí tenemos la copia del dibujo.

El libro decía: "Las serpientes boas capturan a sus presas y las tragan enteras, sin masticarlas. Esto, no les permite moverse y duermen durante los seis largos meses en que transcurre la digestión." Es entonces que pensé mucho sobre las aventuras de la selva y un buen día, tomé un lápiz de color y logré mi dibujo número 1. Era así:
Decidí mostrar mi primera obra maestra a la gente grande, y pregunté si mi dibujo les asustaba.
-"Por qué nos asustaría un sombrero?"-, me respondían.

Pero mi dibujo, no representaba en verdad a un sombrero. Expresaba una serpiente boa que había tragado a un elefante.

Decidí entonces dibujar el interior de la serpiente boa a fin de que los adultos comprendieran, ya que siempre necesitan explicaciones. Así quedó logrado mi dibujo número 2:
Me aconsejaron las personas grandes, que abandonara estos dibujos de serpientes boas cerradas o abiertas y me dedicara un poco más a la geografía, la historia, el cálculo y la gramática.

De este modo abandoné a la edad de seis años lo que pudo haber sido una brillante carrera de pintor. Me encontraba decepcionado a raíz del fracaso de mis dos primeros dibujos. Insisto en que las personas grandes no comprenden nada por sí mismas y es cansador para nosotros, los niños, darles siempre y siempre explicaciones.

Consideré que debía elegir otra ocupación y aprendí a pilotear aviones, volando así por innúmeros lugares del mundo. Reconozco que la geografía me sirvió de mucho. Al instante podía distinguir China de Arizona; esto es muy útil si uno llega a perderse durante la noche.

Debo decir, que así fue como a lo largo de mi vida, tomé contacto con muchísima gente seria. He vivido mucho con personas grandes, viéndolas muy de cerca. Aún así, no mejoré en demasía mi opinión acerca de los adultos.

Cuando encontraba alguna persona grande que me parecía algo lúcida, realizaba la prueba de mi dibujo número 1 que siempre he conservado y conservo aún. Me interesaba saber si verdaderamente comprendería mi dibujo. Sin embargo, siempre me respondían: "Es un sombrero". Desde ya que no les hablaba entonces de serpientes boas, ni de bosques vírgenes, ni de estrellas. Me ponía a su alcance, hablándoles de bridge, de golf, de política y de corbatas. Así es como se quedaban conformes por haber conocido a un hombre tan razonable.
Continuación en:

Capítulos siguientes acá
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miércoles, 9 de marzo de 2011

Por qué todavía no me compré un DVD.

Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de xx años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon.
La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)
Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!
¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.
Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.
Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.
Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables.
Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa (broches) y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se tansformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.
¡Ah¡ No lo voy a hacer!
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.
Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí.

La mirada se pierde...

La mirada se pierde...

de Patricia Recalt, miércoles, 25 de febrero de 2009.
1:50 am.

La brisa corre suave tras el horizonte...

La mansa multitud retorna, alguna a su lecho, mientras otra se desdibuja a lo lejos y se pierde…

Una silueta en el horizonte, algo añeja por el tiempo despliega un arco iris multicolor de sonrisas despiadadas que se asoman una y otra vez, entre una u otra bocanada de frases y vivencias…

Ojuelos mirando el cristal, allí se encuentra, mesa 29, en el rincón de un viejo bar, lleno de tempestades, que entre sensaciones encontradas fue no menos que causante de incontables alegrías. Hora equis, al despertar la mañana, siempre estaba allí.
El quehacer debiera detenerse, quisiera que el mundo se detenga y sentarme en esa mesa, y que charlemos hasta el hastío mismo…

Una tarde compartida, un encuentro casi casual si no hubiese sido premeditado… hermosa tarde donde vuelvo a casa con mas cosas que cuando salí.
Rutina diaria de mañana que se hace menos densa cuando se le ve llegar… iluminado por la magia que arrastra consigo, permite que los nubarrones despejen el cielo, y el arco iris, cuasi sonrisa asomándose, aparece casi de la nada, y al parecer, ha llegado para quedarse en nuestros mas profundos rincones nunca olvidados, que, algo obnubilados, se quedan perplejos admirando semejante hazaña. La boina negra no alcanza a cubrirse mirada, esa que atropella la razón y que enternece al mismo tiempo en que refleja la transparecia de su enorme ser… un bigote y una barba grisácea haciendo juego con su cabello entrecano, casi blanco, que denota un largo caminar e infinitos caminos recorridos, una campera beige, un morral cargado con un cuaderno, un viejo lápiz y vaya uno a saber cuantas infinitas historias, recuerdos y nostalgias caben allí dentro… un mundo de sensaciones e impresiones que recorren calles escalonadas, con pendientes, difíciles de transitar, pero que sin piedad y a paso lento, no le hace asco, y pisada tras pisada, dejan una huella que causa tanta incógnita… que no se puede dejar de mirar…
La mirada lo sigue y la razón se pregunta en voz baja… en que estará pensando…

Otra vez la mirada se pierde tras el cristal, desvía la mirada, sonríe, pide una lágrima chica, nunca una medialuna, siempre una lágrima chica…

Será acaso que alguna nostalgia se resume en un pequeño pocillo o que alguna vez fue tan grande que se la va bebiendo de a sorbitos y en pequeñas cuotas…
Los codos en la mesa y los puños en el mentón. Se lo nota pensativo, observador, prudente…
Otra vez la mirada se pierde tras el cristal, mientras que algún pensamiento lo invade, quizá este haciendo tiempo, quizá esté en un viaje estelar o cósmico, quizá solo desvía la mirada y sonríe en voz baja, pero la mirada… siempre se pierde tras el cristal…

...Dedicado a Gabino Tapia,
gran provocador de sensaciones…