lunes, 10 de septiembre de 2018

- A VECES ES NECESARIO -

La mejor compañía es estar solo, me dijo el mozo.
Lo miré como queriendo contradecirlo, pero me abstuve.
Puede que quizá tenga razón.


Bares y restaurantes ocupan sus mesas con números pares de sillas, ocupadas también por números pares de personas.
Quizá sea para infundir al diálogo.
Las mesas impares sirven para pensary dialogar con uno mismo, sin interrupciones.
Las preguntas quizá formuladas son respondidas por la misma persona y a veces, tan sólo no hace falta nada mas.
Generalmente, al terminar la jornada de trabajo uno quiere volver a su hogar, a veces, simplemente no queres llegar. 
A veces es necesario entretenerse un rato con al mundo, antes de volver.



10 de Septiembre, 2018.
Patricia Enriqueta

sábado, 8 de septiembre de 2018


A MI, ME ENSEÑARON A PENSAR.
Tuve muchos maestros.
Tengo tantos otros.
Fidel Arturo Schaposnik, alias 'El Chapa', apodado por nosotros, porque creíamos que estaba loco, pero que era un Genio, así, con mayúscula.
1993. Colegio Nacional.
Primer año.
Profesor de Física.
Fuerza equilibrante. Peso, Velocidad, Magnitud. Termodinámica.
Newton y Maxwell.
Arquímedes y la densidad de los objetos sólidos. El sistema heliocéntrico de Copérnico.
Un tipo de barba colorada, anteojos, traje azúl y pipa, si mal no recuerdo.
Sus clases parecían mas de filosofía que de física.
Nos abrió la cabeza de un hachazo, justo a nosotros, que recién dejábamos de jugar con las muñecas o los autitos.
Fue un cachetazo, un descubrir y empezar a entender el mas allá de nuestra nariz, el mas acá, detrás de los ojos.
Ver, pensar. Vivir.

Enrique Vidal.
Profesor de Lengua y Literatura.
Colegio Nacional.
Primer año.
El fantasma de Canterville.
Relato de un náufrago, entre tantos otros.
Contaba las historias fascinantes de Edgar Allan Poe, a la misma vez en que nos contaba que tuvo un murciélago de mascota, hasta que se le escapó por entremedio de las rejas de la jaula.
Ese tipo cada tanto nos daba extensas charlas donde nos hacía pensar la vida y quienes éramos (o podríamos ser, internamente) cada uno de nosotros.

Graciela Carám.
Profesora de Lengua y Literatura.
Colegio Nacional.
Segundo año.
La Ilíada y La Odisea.
Una mujer buena e imponente, que hacía notar su presencia entre esas altas paredes de altas puertas y ventanas.
Esas aulas de pupitres pegados unos a otros por la espalda y pisos de madera que hacían, desde aquellos años, ruido a cada paso. Señoras aulas, a las que tratábamos de Usted, si no fuera por su magniprescencia.
Prácticamente nos obligó a pensar y sentir la vida fuera del aula y mas allá de los libros y nuestros deberes como alumnos.
Nos enseñó a seguir conociéndonos en el hacia adentro y a buscar en eso, que no estábamos seguros que carajo era.

Amiconi, alias 'El huevero', apodado por nosotros.
Profesor de matemáticas.
Escuela Técnica Nº 5.
Tercer año.
Parábola, Funciones trigonométricas. Seno, coseno, tangente...
Movimiento rectilíneo uniforme. Velocidad uniformemente acelerada.
Cosas en las cuales me sentí perdida, o casi a punto de ahogarme, pero que fueron compensadas por su manera en que nos 'cagaba a pedo'.
Ese tipo, nos enseñó a lucharla, nos empujó a seguir creciendo y a creer en nosotros. Nos enseñó a pelear por lo que creíamos justa causa.

Robin Williams, como el profesor Mr. Keating, en LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS.
Allá por los '90, merodeando esas épocas donde todavía yo, me sentía un poco a la deriva, y su ideal de crear librepensadores.
Mostrando el camino impuesto de seguir las normas, estrictas, rígidas, o crear las propias. Enseñando que los alumnos somos los protagonistas de nuestra educación. A sentirnos mas libres, aún funcionando bajo presión. A ser creativos. A que somos nosotros quienes tenemos que poder ejecutar un propio juicio de valor, nuestra mirada, nuestra perspectiva individual y su defensa. A tomar las riendas de nuestra propia vida. A luchar por aquellos sueños de los que estamos convencidos y no dejarnos ganar o caer en el conformismo por no tener valor de enfrentarlos. A ser fieles a lo que sentimos pese a las consecuencias. A animarnos a vivir.

Tuve muchos maestros.
Tengo tantos, hoy.
Mis maestros son las personas con las que me rodeo cotidianamente, y no tanto.
Todos tienen una historia que contar, algo para enseñar, y, asimismo, todos tenemos cada día, algo por aprender.
Gracias a los que fueron, a los que ya no están, (entre ellos, mi Papá), y a los que forman parte de mi aprendizaje cotidiano, que es este largo camino del aprender a vivir.

Patricia Enriqueta

miércoles, 1 de agosto de 2018

- A T R A P A S U E Ñ O S -

Ernestina pasaba largas horas tejiendo atrapasueños.
Se sentaba en una silla mecedora de mimbre, tejiendo varios, durante cada noche en que el viento frío del invierno entraba por las hendijas de las ventanas que daban al patio.
No era invierno, era otoño. Recuerdo todavía las hojas en tonalidades de marrones y amarillos esparcidas por el patio, como una alfombra.
Recuerdo el rincón donde se reconfortaba por las noches. Un hogar con unos seis o siete leños de algarrobo le duraban hasta la media mañana del día siguiente y su silla mecedora, de respaldo alto y el legendario almohadón que había heredado de su abuelo.Era un almohadón azul con motivos de caballitos de carrusel, esparcidos por toda la tela.Una canasta hacía de contenedor de sus ovillos de lana. Lana siempre blanca. Nunca supe porqué siempre usaba la misma, y blanca. Nunca tejió ningún atrapasueños en otro color.
Luego les adicionaba tres plumas blancas, y los colgaba en la punta de los tirantes de la galería, haciendo juego con los jazmines. Ay! Que aroma tenían esos jazmines. Nunca volví a sentir el mismo aroma que tenían aquellos.
Ernestina salía por las noches, envuelta en una frazadita gris, mas bien puesta sobre sus hombros, y colgaba los atrapasueños en los árboles de las veredas, para que la gente los reciba como regalo al levantarse.
Ella pensaba que haciéndolo de incógnito, le daba mas misterio al asunto.
Pensaba que lo hacía menos superficial. Que algún tipo de emoción debía generar.
Nunca le conocí familia. Mas bien, ella nunca habló del tema.
Nunca supe si tuvo noviazgos o matrimonios frustrados, nunca supe si tuvo hijos, aunque creo que no, porque nadie iba a visitarla, salvo el cartero, que cada tres semanas le llevaba un paquete.
Tampoco supe que había dentro de esas cajas, ni quién la enviaba.
Cada vez que pasaba por la casa, podía oler un aroma a un té, recién servido, de frutos rojos y menta peperina. Supe que era el único que le gustaba. Y le gustaba la miel también.
Cada vez que pasaba en bicicleta por su casa, se veía su sombra por la ventana, a la luz de la hoguera y de las velas. Porque solía usar dos candelabros por las noches.
Los candelabros siempre me parecieron tenebrosos, pero ella no lo era, ni su casa, ni sus jazmines, ni sus atrapasueños.

                                        30 de julio de 2018.
Patricia Enriqueta

16 de mayo 2018.

                                        -  A B R A Z O S    C O M P A R T I D O S -



A veces nos creemos superhéroes, que tenemos todo a nuestros pies y que nos podemos comer el mundo. A veces no.
Te voy a contar algo que me pasó ayer.
Estaba en la facultad, cuando salí al recreo y decidí cruzar la calle a comprar dos pancitos al almacén de enfrente.
Cuando estaba dispuesta a pagar mi merienda, me doy vuelta mirando hacia la puerta y entraba una chica, con el rostro lleno de angustia, secándose las lágrimas.
Pagué lo mío y decidí esperar afuera.
Abrí la bolsa y empecé a picotear para amenizar la espera.
Esperé... la esperé.
Compró sus cosas, y cuando salió yo estaba ahí, casi obstaculizando su andar.
Me miró, la miré, hubo una pausa, y le dije: - Disculpame, pero no pude evitar verte llorar.
Si necesitas........ Un abrazo y un pedacito de pan, no se le niega a nadie.
Sus lágrimas brotaron de nuevo, me abrazó, la abracé, y así quedamos unos largos minutos en silencio, mientras desagotaba su pena.
No se cuánto puede un abrazo aliviar, no se cuanto pudo ese abrazo reducir su pesar, pero si se, que fue el momento correcto.
Dejé de abrazarla, casi soltando, pero volvió a abrazarme un rato mas.
Me agradeció por el calorcito en el alma, y me conmovió.
Partimos cada una en distinto rumbo, pensando quizá, en esas cosas que de la nada, lo alivian a uno. Se fue comiendo el pedacito de pan, como un símbolo de esas cosas que
se comparten. Porque como me dijo una amiga, allá lejos y hace tiempo. "Las alegrías compartidas, se agrandan, y las penas compartidas, se achican".
Esos abrazos que son como caricias al alma, como dijo, y aprovechando el momento, agradezco yo, a quienes en esos momentos en que también suelo necesitarlos, están quienes abrazan con el ser, con gestos, actitudes o palabras.
A los que abrazan... gracias.
Y a vos te digo, siempre que puedas, abrazá.
Nunca se sabe cuando alguien lo anda necesitando.
 🌺

P


Patricia Enriqueta



viernes, 27 de julio de 2018

Tuve la suerte de criarme en otra época...

Tuve la suerte de criarme en otra época...
Tuve la suerte de tener una hermana para jugar y aprender dónde y como se reciben los golpes, y como defenderme.
Tuve la suerte de conservar a mis amigas del barrio y de la escuela, donde hoy, nos vemos cada muerte de obispo, o de avispa, pero cada tanto, nos vemos y en esa vez por año, nos ponemos al día.
Tuve la suerte de pescar 'pescaditos' de la zanja, cuando todavía había zanja y mucho campo al rededor.
Tuve la suerte de que mi abuelo me pille cocinando esos 'mariscos', pescados con el colador de los fideos y cocinándolos en la cocina misma, y que me persiga por todo el patio, cuando todavía yo, tenía la suerte de correr mas rápido que él.
En casa ya se sabía. 
A la tarde, a la hora de la siesta, cuando reinaba el silencio, era porque estábamos haciendo cagadas.
Tuve la suerte de criarme con gallinas y mi abuela.
Pasaba el carro con el altavoz, a la voz de -¡Cinco gallinas, cinco pesos, patrona! ¡Para puchero, para estofado, para mayonesa!. Cómo olvidarlo! El carro pasaba a unas cuadras y yo salía con mi bicicleta plegable, (esa que a Mamá Noel le había costado un ojo de la cara), a decirle que mi abuela lo llamaba. Cuando llegaba, mi abuela les metía el dedo en el culo a las gallinas para saber si tenían huevos! Jaajajaja. Con el tiempo, con mi hermana, nos animamos a violar a las gallinas también.
Mi abuela les retorcía el cogote y las colgaba patas para arriba de un árbol. Las sumergía en una olla con agua hirviendo y las llevábamos corriendo al fondo y las desplumábamos en el pozo donde quemábamos la basura, porque ni siquiera pasaba el basurero.
Después con mi hermana, jugábamos con la gallina muerta hasta que nos aburríamos.
Tuve la suerte de tener un perro, que fue mi mejor amigo.
Charly, era un león entre la maleza, cuando estaba el pasto largo, y el osito de peluche mas dulce a la hora de dormir.
También fue amor, consuelo y contención.
Tuve la suerte de tener un galpón de chapa a disposición, donde todo bártulo que pasaba, iba a parar a ese lugar y cada tanto me mandaban a ordenarlo.
Un quilombo hacía!! Sacaba casi tooodo al patio y antes que se haga de noche, tenía que haber ordenado y metido todo adentro. Ahí aprendí a jugar al tetris, porque cuanto mas espacio quedaba, mas espacio tenía para jugar.
Había una caja en una especie de altillo, con un rótulo, (porque todo estaba rotulado), con un cartel que decía: Utensillos de cocina. Alguien lo había escrito mal, y hasta hoy, no puedo sacarme la costumbre de tener que pensar cómo realmente se escribe antes de hacerlo. Como esas cosas que se aprenden mal y te cuesta un Perú, 'volver a aprenderlas bien'. Jajajaja.
Tuve la suerte, de tener ese galpón a disposición. Tenía una ventana, y jugábamos con mi vecina de al lado, a que una era cliente y la otra, la que vendía... Y vendíamos todo: Un par de zapatos, un libro, un martillo, un par de patines y una porción de tomate con azúcar. Para hacer las compras usábamos la bolsa de hacer los mandados, claro. 
También tenía una casita del árbol, pero era mas imaginación que casita. Sólo el piso tenía Jajajaj.
Maldito siempre verde, cada tanto se rompía una rama y terminábamos en el piso. Lo pienso y me río. 
Tuve una hamaca paraguaya que a veces oficiaba de barco, a veces de casita de bicho canasto, refugio para leones y a veces de cama en siestas largas, donde me despertaba llena de picaduras de mosquitos. 
Tuve la suerte de criarme entre bibliotecas y millones de libros, que mientras acomodaba, los ojeaba un poco y de vez en cuando, elegía uno para leer.
Cuando le tomé mas amor a los libros, ese galpón fue mi tesoso. Pocas veces los leía enteros, me aburrían los libros largos, pero les empezaba a no tener miedo.
Tuve la suerte de que 'El principito', fuera mi primer libro largo, del cual pude aprender muchas cosas que hoy recuerdo. 
Tuve la suerte de criarme entre mas de 50 Mafaldas.
Mi mamá nos las regalaba, mi hermana se entretenía con los dibujitos y yo las leía. 
Entendía bastante poco, pero las leía.
¿Qué será la Otán, la Organización mundial de la salud, el voto electoral y la vacuna contra el despotismo? Me preguntaba.
Mi mamá las reponía, cuando las íbamos rompiendo y se les salían las hojas.
Usábamos esas hojas para tirarlas para arriba, como Flavia Palmiero en la Ola Verde, y mirábamos la que atajábamos. 
Tuve la suerte de preguntarle a mi mamá: - Ma! ¿Qué es tal cosa?. 
-Agarrá el diccionario, me decía. Me tenía podrida con el diccionario. Tenía un Argos Vergara de 12 tomos gigantes mas dos, de 8 idiomas. 
Era otro mundo, otra suerte.
A veces sólo me entretenía con el diccionario.
Tuve la suerte de descubrir muchos libros lindos que me acompañaron, que me apuntalaron y que dejaron huella.
Tuve suerte de amigarme con las letras y de pelearme con mi mamá porque no me decía que significaban las palabras. 
Tuve la suerte de descubrir otros mundos, de hacer otros viajes, tanto imaginarios como internos y profundos.
Por eso, a vos te digo, cada tanto, cuando puedas, revolvé una biblioteca, entrá a una librería, y cada tanto, internate en ese mundo y fabuloso y paralelo que te abre la mente y el corazón.
♥️
Luis Quijote, quien fue mi padre y mi mentor, es el creador de este blog, denominado Anécdotas del camino.
Me había propuesto, hace algún tiempo ya, seguir con este proyecto, al cual me negué, por creer no estar a su altura, ni de casualidad.
Creo que ha llegado el momento de arremangarme y comenzar a darle un poco de vida a esto, que es parte de su huella y su legado.
Si me lo permiten, si me lo permitís, papá, trataré de ir colgando algunos textos, aunque ya sabemos, no te llego ni a la altura de los talones.
Abrazo al cielo.