jueves, 10 de noviembre de 2011

Si me ves

Si me ves cansado fuera del sendero, ya casi sin fuerzas para hacer camino,
si me ves sintiendo que la vida es dura, porque ya no puedo, porque ya no sigo,
ven a recordarme cómo es un comienzo, ven a desafiarme con tu desafío,
muéveme en el alma, vuélveme al impulso, llévame a mi mismo.

Y yo sabré entonces encender mi lámpara en el tiempo oscuro, entre el viento frío.
Volveré a ser fuego desde brasas quietas, que alumbre y reviva mi andar peregrino.
Vuelve a susurrarme aquella consigna: la del primer paso para otro principio.
Muéstrame la garra que se necesita, para levantarse desde lo caído.

Si me ves cansado fuera del sendero, sin ver mas espacios que el de los abismos.
Trae a mi memoria que también hay puentes, que también hay alas que aun no hemos visto.
Que vamos armados de fe y de bravura, que seremos siempre lo que hemos creído.
Que somos guerreros de la vida plena, y todo nos guía hacia nuestro sitio.

Que un primer paso, y que un nuevo empeño, nos lleva a la forma de no ser vencidos.
Que el árbol se dobla, se agita, estremece, deshoja y retoña, pero queda erguido.
Que el único trecho que da el adelante, es aquel que cubre nuestro pie extendido.

Si me ves cansado fuera del sendero, solitario y triste, quebrado y herido.
Siéntate a mi lado, tómame las manos, entra por mis ojos hasta mi escondrijo.
Y dime ¡se puede! e insiste, ¡se puede!, hasta que yo entienda que puedo lo mismo.

Que tu voz despierte, desde tu certeza, al que de cansancio se quedó dormido.
Y, tal vez, si quieres, préstame tus brazos, para incorporarme, nuevo y decidido.
Que la unión es triunfo cuando hombro con hombro,... ¡vamos, sí se puede!, con el mismo brío.

Si me ves cansado fuera del sendero, lleva mi mirada hacia tu camino.
Hazme ver las huellas, que allá están marcadas, de un paso tras otro por donde has venido.
Y vendrá contigo una madrugada, la voz insistente para un nuevo inicio.
Y abriré otro rumbo porque si he creído, que siempre se puede... ¡se puede, mi amigo!

José Larralde

domingo, 6 de noviembre de 2011

Los vericuetos de la justicia (?)

De todos los oficios, el que más me repugna es el de los abogados. Se me hace cuesta arriba entender cómo es posible que todos los abogados no estén presos. Si este mundo fuera realmente justo, debería haber jaulas a la salida de la Universidad de Derecho. Cada vez que salga un jovencito recibido de abogado, con su toga ridícula y su diploma enrollado, habría que cerrar con llave la jaula y mandarlo al zoológico. Que me perdonen las focas.

La Justicia tiene un bache gigantesco, una tara de nacimiento, por la que le resulta imposible funcionar correctamente. Siempre, en un juicio, habrá un abogado que miente. Siempre habrá uno que sabe la verdad e intenta disfrazarla de otra cosa. Siempre habrá uno que, por dinero, tiene permitido mentir y falsear la realidad. Cuanto mejor sea un abogado en su oficio, más personas dirán de él: “qué hijo de puta”.

Y aquí nace el error de ciertos oficios, creo yo. Cuando el mejor en algo es, al mismo tiempo o por eso, el peor, tenemos un problema. Y si la base de la justicia humana recae en uno de estos oficios, si quienes dictan sentencia inapelable son los peores seres humanos de un grupo, entonces el problema es un problemón.

Hay únicamente dos clases de oficios en el mundo: los que ya existían cuando éramos inocentes, y los que no. En un mundo inocente habría payasos, putas, ebanistas, dibujantes y panaderos. Y no habría (por innecesarios) ni policías, ni abogados, ni árbitros de fútbol, ni políticos populistas. Aquéllos oficios, los nobles, están ligados a nuestras necesidades básicas; éstos, en cambio, surgieron por culpa de la degeneración, de la trampa y del caos. Los impuros son oficios que están aquí no desde siempre, sino desde que el mundo es una mierda.

Cuando éramos inocentes necesitábamos reír, comer, sentarnos, viajar, soñar y que nos chuparan la pija. Y por eso teníamos payasos, panaderos, carpinteros, caballos, músicos y putas. No hacía falta más. ¿Qué pasó entonces? Posiblemente ocurrió el primer conflicto. No sabemos cuál, pero podemos imaginarlo. El payaso hizo un chiste que ofendió al carpintero. O el panadero le vendió al músico medio kilo de pan diciendo que eran tres cuartos. O la puta no quiso acostarse con el caballo. Algo de eso.

Entonces nació el abogado: un tipo que debía decir quién tenía razón. Claro que, en los oficios nobles, cada actividad o servicio tuvo siempre una paga. ¿Cómo le pagaríamos al abogado por su trabajo? O mejor, ¿quién le pagaría? Se decidió entonces que el que más tenía más pagaba. No hubo tiempo para llamarle a esa práctica soborno, porque el que más pagaba eligió llamarlo Justicia.

Cada vez que veo o escucho a un abogado me da asco. No puedo evitarlo. Y me preocupa mucho ver de qué manera nos acostumbramos (por una cuestión cultural, por una cuestión de pereza mental) a no objetivizar la vida. Nos parece normal que todo sea así. A nadie le pone los pelos de punta saber que estamos en manos de unos tipos que cobran por mentir, que deciden si vamos presos o no, que deciden casi todo con argumentos rarísimos, con palabras inventadas, con leyes que no tienen sentido y que impulsaron sus abuelos, que también eran abogados o políticos (un político es un abogado más viejo).

Tengo la impresión de que hay un porcentaje mínimo del mundo que está enfermo. Gente ruin, equivocada y manipuladora. Pero lo que más me causa espanto es que el resto mira el circo casi desde la costumbre ancestral, casi desde la resignación, casi de acuerdo.

Los oficios ruines nacen y se reproducen en el seno de la gente ruin, con el objeto de salvar a la gente ruin. Los demás (la gente serena, la gente pobre; la gente) puebla el mundo con el secreto designio de cumplir una condena injusta.

El oficio de puta es necesario. Tanto, que es el primer oficio que se recuerde. El oficio de puta es noble y no le hace mal a nadie. El oficio de policía es innecesario, es post-degeneración, es turbio. Entonces, el policía se mete con la puta, la encarcela, la acosa, le dice chupame y te dejo ir. Nos parece normal.

El abogado defiende mejor al que mejor le paga. El árbitro le saca amarilla al delantero habilidoso que se tira en el área. El diputado sólo recuerda al votante rico y hunde al pobre en la rabia silenciosa. Nos parece normal.

Mi vida, desde el principio, estuvo ligada a la abogacía. Cuando yo era chico, todos me recomendaban ser abogado por dos razones. La única universidad que existía (y existe) en Mercedes forma estudiantes de derecho. Eso por una parte. Y por la otra, todo el mundo descubrió temprano que yo había nacido con la ambigua capacidad de engañar, de convencer a la gente sobre cualquier cosa.

Y tenían razón. Yo habría sido un gran abogado. El más hijo de puta de todos. El más respetado, el que más culpables ricos habría salvado de la cárcel, el que más inocentes pobres habría metido en prisión. Un gran abogado, sí señor. Una mierda de persona. Hasta tendría un chalet con pileta, un auto grandote.

Pero gracias a dios, para cada oficio espurio hay uno noble. Incluso si tu talento en la tierra es el de mentir. Yo por ejemplo elegí contar cuentos y decir públicamente barbaridades sin importacia. Si mi talento hubiera consistido en correr atrás de una pelota, tambien tendría una opción correcta y otra incorrecta: mediocampista o árbitro. Y así podríamos seguir toda la tarde: payaso o político, carpintero o banquero, primera dama o puta.

No sólo eso. He descubierto no hace mucho que mis amigos verdaderos, todos ellos (no son muchos) practican oficios nobles. No tengo un solo amigo que desarrolle una actividad post-degeneración. Ni uno. Y me siento feliz por esa casualidad no buscada.

Por eso, si algún lector de Orsai con oficio degenerado es habitual de estas páginas y ha llegado hasta aquí, debe saber que me da asco tener lectores espurios. Si tuviera lectores de esta clase, les pido que se vayan a otra parte, que no comenten, que nos dejen en paz. Es posible que el mundo esté lleno de gente de mierda, es posible que no podamos hacer nada para evitarlo; pero en mi casa, en mi vida, en mis historias, somos todos inocentes aunque se demuestre lo contrario.
Fuente: M’hijo el dotor

jueves, 3 de noviembre de 2011

Viajero del tiempo

[Aclaración necesaria: Woung (nacido a fines del siglo XXI) es al tataranieto de Casciari. Llega a él viajando a través del tiempo].

—No quiero saber qué va a pasar conmigo, no quiero saber qué va a pasar con las personas que quiero. No quiero que se te escape una sola palabra ambigua; no quiero pistas. Respetá mi vida, Woung, respetá la felicidad de este noviembre en donde nadie se me ha muerto, quiero seguir acá un tiempo, no quiero que la sombra de tus datos me tapen el solcito— le dije a mi tataranieto—, lo que yo quiero saber del futuro es lo superficial, el chusmerío; soy demasiado cagón para todo lo que importa.

Woung me miraba serio y asentía. Ponía la boca como en el momento antes de escupir la gárgara, como diciendo: usted tranquilo.
—A no ser —le digo, con cautela— que yo en el futuro sea un líder de la resistencia contra las máquinas inteligentes; en ese caso, si soy un héroe y tu generación me idolatra, contame todo.
—No, abuelo. Usted no es nada de eso.
—Mejor, porque estoy a favor de las máquinas. ¿Y ustedes qué? —le pregunto— ¿Vienen seguido acá al pasado, o es una moda nueva?
—Viene bastante gente a comprar porro, porque allá casi no hay. Pero así como yo, a visitar antepasados, muy poco. Es un viaje incómodo, y bastante caro.
—¿No hay porro en el futuro? —se me pone la piel de gallina.
—Como haber hay —me dice Woung—, lo que ya no existe es esa cosa tan linda de ustedes, de armarlo, de ver la hoja, de fumar echando humo. De eso no hay más.
—¿Y cómo fuman porro ustedes?
—Tenemos tarifa plana —me dice—. Pagamos por mes un precio fijo, y hay empresas que te dan el servicio, directo a la cabeza.
—¿Están todo el tiempo drogados?
—¡No! Bueno, la mayoría no. Yo ahora estoy desconectado, porque estamos hablando. Pero si quiero un poco, parpadeo tres veces y ya me sube. Es práctico.
—Más que práctico. ¡Es buenísimo! —le digo— No hay que ir a comprar, no hay que esconderse por ahí, nunca llevás nada encima…
—Y además no te hace falta fingir —me dice Woung—. Si estás drogado y se aparece tu vieja, parpadeás dos veces y ya estás pilas. El tiempo que haga falta.
—Qué maravilla, el futuro —le digo—. ¿Y cuánto sale por mes, la tarifa plana de porro?
—Hay varios precios. Yo tengo el servicio de Vodafone, que sale 11 minutos al mes.
—¿Once minutos?
—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra 30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—¿Y entonces quiénes son los ricos en el futuro?
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por ejemplo, yo tengo 23 años, es decir, tengo un capital suficiente para tener siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los 80 ó los 90. Cada uno hace lo que quiere.
—¿Y la gente que suele hacer?
—Hay de todo. Los conchetos se mueren jóvenes —me dice Woung—. Yo soy del grupo que vive despacio para llegar más lejos. Hasta ahora, mi gasto más extravagante fue el de venir a verte. Este viaje me costó tres años. Es carísimo.
—¿Te vas a morir tres años antes por mi culpa?
—No, no se mide de esa manera… Digamos que voy a vivir lo que me quede con la alegría de haber hecho lo que tenía ganas de hacer.
—¿Y el trabajo, entonces? —quiero saber— ¿Cómo funciona, cuánto gana la gente en el futuro?
—La gente gana exactamente lo que trabaja —me dice Woung—. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas al día. El que trabaja cuarenta horas a las semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro, vivís menos.
—Entonces el trabajo cualificado no cuenta —digo—. Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.
—Exacto: cada uno gana dos horas.
—¿Pero si el poema es maravilloso?
—Esa es una gran tara de tu sociedad… Creer que un poema puede ser más maravilloso que una silla.
—¿Y los ladrones entonces, qué roban si no hay dinero?
—No hay ladrones —me dice Woung—, ni crímenes económicos. Sólo, cada tanto, algún crimen pasional.
—Entonces habrá cárceles.
—No. Hay multas. Te multan con los años exactos de la víctima. Si matás a un tipo de 35 años, esa es tu multa: 35 años. Muchas veces significa pena de muerte. Casi nadie mata a nadie. Tampoco hay suicidios. ¿Para qué vas a suicidarte, si podés comprarte lo que quieras con lo que te resta de tiempo y morir en la opulencia?
—¿Entonces no hay malos?
—¡Claro que hay malos! Los pesados, por ejemplo. Esa gente que te cruzás en la calle y se te pone a hablar y te hace perder el tiempo. Los densos. Ésa es la gran escoria de mi sociedad. Los que tardan mucho para contarte un chiste, los que te hacen esperar en el auto, los que te invitan a fiestas aburridas… El que te hace perder el tiempo sin disfrutarlo, ésos, son lo malos.
—¿Y la política, cómo funciona?
—Ya te dije, no hay ladrones.
—Pero me imagino que en cada país habrá un presidente, y que al presidente lo elegirán entre todos. Una democracia, algo así.
—Cuando acabamos con las enfermedades —me dice Woung—, y pudimos lograr que el mayor capital humano fuese la salud (es decir: el tiempo de sobrevida) acabamos también con el capitalismo y el comunismo. Acabamos con todo. Nadie tiene nada que otro pueda robar para su beneficio. Si matás a alguien, no te quedás con su tiempo extra. Entonces, ¿para qué matarlo? En el mismo sentido, ¿para qué necesitamos democracia y boludeces si todo está en orden siempre?
—Me emociona esto que me estás contando, Woung —le digo sinceramente—, pero tiene que haber grietas, tiene que haber fallos. Somos humanos, y estamos hechos para cagarlo todo y hacerlo mierda. ¿Dónde está el fallo?
—Los fallos también son una tara de tu sociedad, abuelo. Con el tiempo las cosas irán mejorando mucho. Te lo garantizo.

Woung se fue de casa casi de noche, y me dejó una sensación extraña de paz. Estaba claro que yo no llegaría a vivir de esa manera (fumo demasiado para tener esperanzas a largo plazo) pero quizás Nina, mi hija, sí pueda ver ese mundo en donde el capital humano más importante es el tiempo.

Parpadeé tres veces, no fuera cosa que el wifi de porro con tarifa plana durase todavía en el comedor de casa, pero no pasó nada. Entonces abrí la cajita feliz y me armé uno de los antiguos, de los que se enrollan con los dedos, de los que cuestan diez euros en la esquina. Y me senté en el sillón grandote a perder el tiempo.

Esta historia está inspirada en el comentario #164 del articulo “M’hijo el dotor” y es la conclusión del artículo anterior, llamado “Nunca le abras la puerta a un chino”.

Fuente: Tarifa plana de porro y otros avances