viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 11

El mago empezó su show y Teresa fue a sentarse junto a su marido. Yo estaba cerca, frente a él, y le leí los labios. "¿Quién te pidió que trajeras eso? La próxima vez pregúntame." Lo dijo calmo, mirando hacia adelante, pero firme. El resto de la conversación la adiviné mientras me servía un vaso de vino. Una vez más comprobé la contundencia de la voz pausada y calma del Tano, que ni siquiera oía con claridad pero intuía como aquella vez que había dicho "quiero este terreno". Y me puse a pensar en mi propia voz. En mis gritos. Sabía desde hacía tiempo que mis gritos no surtían ningún efecto, ni con Ronie ni con Juani. Pero gritaba igual. Seguramente más como descarga que para ser escuchada. "Si pudiera aprender algo del Tano", pensé en aquel primer cumpleaños. Pasé por delante de ellos con la copa de vino servida, el Tano me sonrió. Yo también. Me senté en el piso, en primera fila. El show era regular, el mago, con su traje gastado y chistes aprendidos que no respetaban entonación ni puntos ni comas, no terminaba de convencer a nadie. Yo igual aplaudía, y los demás me seguían. Me saqué el anillo y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón. Cada tanto me daba vuelta a mirar a Teresa y al Tano, uno junto al otro; el Tano le había pasado el brazo por sobre el hombro, de una forma ambigua que no permitía definir si la abrazaba o la sujetaba. "A ver si tenemos la suerte de que pase el homenajeado a hacer un truco", dijo el mago. El Tano no se movió. Como si no le estuvieran hablando a él. "Vos sos el cumpleañero, ¿no?" "No", dijo el Tano, como sabe decir él. El mago quedó descolocado, Teresa miró incómoda a su marido, pero no dijo nada. El Tano, en cambio, sostenía la situación sin ninguna incomodidad. Los demás no sabían si correspondía reírse o preocuparse, y nadie se jugaba para un lado ni para el otro. Yo creía saber, pero no me atreví. Ronie hizo lo que yo no me atrevía. Y me sorprendió esa complementariedad que manteníamos a pesar de no entender por qué seguíamos juntos. Funcionábamos como si se hubiera perdido casi todo lo que alguna vez nos sostuvo, excepto la minuciosa y tácita distribución de roles y tareas que seguía apuntalando lo que habíamos armado juntos con voluntad más que con cualquier otra pasión o sentimiento. Ronie se paró y dijo: "El cumpleañero soy yo". El mago fingió que le creía, aunque no le creyera. Su cara se aflojó y agradeció íntimamente. Los demás siguieron la broma. "El show debe continuar", dijo el mago, más para sí mismo que para su público. Para eso lo habían contratado.

Aplaudí una vez más y con más fuerza, y más de uno debe haber juzgado que estaba borracha. El mago hizo que Ronie cortara una soga en varias partes que luego volvían a estar unidas, y otra vez cortadas, con nudos y sin nudos, y así sucesivamente, más veces de las que la tensión reinante admitía. Luego un truco con argollas que provocó el chiste infalible. "Mira qué bien maneja la argolla, Ronito", dijo Roberto Cánepa sin ninguna sutileza. "Ay, gordo", dijo su mujer a modo de reproche, pero se rió como el resto.

Hasta que llegó el truco final. El mago pidió un billete. Ronie metió la mano en el bolsillo y sacó sólo monedas. "A buen puerto", dijo Insúa y se rió con ganas para que no quedaran dudas de que era una broma, y por lo tanto nadie pudiera ofenderse. Alguien del público amagó abrir la billetera, pero el Tano lo detuvo con un gesto. Sacó un billete de cien y lo extendió hacia el mago sin moverse, desde su lugar, medio enrollado a lo largo, como el billete extendido que terminará en el escote de una odalisca. El mago tuvo que acercarse abriéndose paso entre la gente, mientras el Tano no hacía más esfuerzo que sostenerlo en el aire. El mago tenía las manos transpiradas y el billete se le quedó pegado. "Gracias, señor..., muy amable", dijo y volvió al escenario tratando de no pisar a nadie.

El truco consistía en anotar la numeración del billete, doblarlo, guardarlo en una caja, quemarlo a través de la caja con un cigarrillo, y que luego el billete apareciera sano y salvo. "Años atrás, en lugar de este truco hacía el de la ayudante que la cortaba con el serrucho", dijo mientras preparaba el billete en la cajita, "pero de un tiempo a esta parte el truco del billete genera mucha más tensión en cierto público".

Nos reímos. Fue el primer chiste que sonó bien entonado. Hasta el Tano se rió, y pareció que la tensión aflojaba. El mago siguió con su tarea. Le pidió a Mariana Andrade el cigarrillo que estaba fumando. Lo hizo atravesar la cajita y el billete dentro de ella; el humo se oscureció y aumentó. El cigarrillo atravesó la caja y pasó del otro lado medio machucado. Una gota de sudor corría por el costado de la cara del mago, y temí que el truco hubiera fallado. Pero no. Devolvió el cigarrillo, hizo que Ronie abriera la caja, sacara el billete, lo desdoblara y se lo mostrara al público como tenía que ser: sano, intacto, utilizable. Constató la numeración. Era el mismo billete. Hubo un aplauso final sentido, más que por el truco en sí mismo, por la ¡ certeza de que el show terminaba. El mago le extendió el billete al Tano. "Quédatelo a cuenta. Seguro esto me va a salir más caro que un billete." El billete quedó un instante en el aire, entre ellos dos, y luego el mago lo dobló más prolija y lentamente que cuando hizo el truco, lo metió en su bolsillo, inclinó la cabeza y dijo otra vez: "Gracias, señor, muy amable".

Fuimos los últimos en irnos. Nos acompañaron hasta la entrada. El Tano sostenía a su mujer del hombro en el marco de la puerta, con la misma ambigüedad con que lo había hecho durante toda la noche. "Lo pasamos muy bien, gracias", dije, había que decir. "Estuvo muy ameno, ¿no?", me contestó Teresa. Miré a Ronie esperando que él contestara, pero no lo hizo y enseguida tapé su silencio. "Sí, muy ameno, gracias." Me preocupaba que Ronie no acompañara aunque sea con monosílabos mi saludo. Lo miré otra vez dándole pie. Hubo un pequeño silencio más y luego dijo: "¿Sabes cuál va a ser tu problema acá, Tano?". El Tano dudó. "Que no tenés rival." Los tres nos quedamos en silencio, seguramente ninguno terminaba de entender a qué se refería, y yo por mi parte sentí cierto temor. "No hay nadie que te pueda hacer partido, te vas a terminar aburriendo. Hace falta gente nueva, que juegue un tenis de tu nivel, Tano." El Tano entonces sonrió. Yo también. "Te encargo ese tema con los futuros clientes inmobiliarios, Virginia, punto uno del formulario de admisión: excelente nivel de tenis. Si no, no hay escritura." Otra vez más, antes de que acabara esa noche, festejamos un chiste que no nos hizo gracia. Terminamos de saludar y nos fuimos despacio, haciendo apenas ruido sobre el pasto mojado de rocío. A nuestras espaldas escuchamos la puerta de los Scaglia, cerrándose. Una puerta pesada, con un picaporte que funcionaba con la precisión de un instrumento de relojería.

Caminamos unos pasos más en silencio y cuando me sentí protegida por la distancia dije: "Te apuesto que la está cagando a pedos por lo del mago". Ronie me miró y negó con la cabeza. "Te apuesto que está pensando en un buen rival para el tenis."

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