domingo, 25 de diciembre de 2011

El saco de plumas

Un hombre había calumniado a un amigo por envidia.

Tiempo después se arrepintió, y visitó a un hombre sabio a quien dijo:

- "Quiero arreglar el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?".

El sabio respondió:
- "Toma una bolsa llena de plumas y suelta una a una por el camino que vayas. Luego vuelve".

El hombre muy contento, por aquello tan fácil, tomó un saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas.

Volvió donde el sabio y le dijo:
- "Ya he terminado".

El sabio contestó:
- "Ya hiciste la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas".

El hombre se sintió muy triste y, aunque lo intentó, no pudo juntar casi ninguna.

Al volver, el hombre sabio dijo:
- "Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedir perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

MORALEJA: Cometer errores es de humanos y de sabios pedir perdón.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Otra Navidad

Estaba solo pero libre, solo pero él, solo en su calma de vivir; entonces sintió pena por los que necesitaban la Navidad para fingir su alegría.

Le gustaba la noche de la ciudad vestida de luciérnagas de colores. La Navidad traía el agridulce recuerdo de la infancia, mezcla de ilusión y decepción. Ese momento en que hay que sentirse feliz, compartir bondad, consumir regalos, comer turrón y, sobre todo, no estar solo. Pero él estaba solo. Era la primera Navidad sin su mujer. No se acordaba muy bien en ese momento si había muerto tras una misteriosa enfermedad o partió para un largo viaje o se fugó con un torero que quedó en paro tras clausurar las corridas. Tampoco le importaba mucho el por qué. Tan solo sentía que el transcurrir de su vida había cambiado de raíz. Cuando ella estaba le tranquilizaba el trajín diario en el hogar.

De hecho, eso era el hogar. Una presencia de alguien con quien compartir un cotidiano automático. Sobre todo porque una vez apagadas las cenizas de una antigua pasión las fricciones de convivencia apenas molestan. Y su mujer no era una señora chapada a la antigua, de esas siempre encima del marido, sino que era activa, le interesaban más cosas que a él, hacia amistades y concebía proyectos. Sí, decididamente le faltaba, no tanto como ella sino como ambiente climatizado. Le costó un tiempo acostumbrarse. Tal vez fuera por su solitario trabajo. Se había acogido a una ventajosa prejubilación en el banco y completaba su peculio como asesor financiero, pero con la crisis y la informatización de la Agencia Tributaria la gente no estaba para invertir ni defraudar, sólo intentaba mantener a flote sus ahorros. Pocos venían al despacho que montó en un rincón de su piso. Su consulta se solía hacer por internet, salvo cuando salía algún trabajillo medio legal. Aun así, entre la pensión y lo que caía del analfabetismo económico del personal, iba tirando para lo poco que gastaba.

¿Con quién lo iba a gastar? Porque no hay nada más triste que consumir solo. Y su único hermano había vuelto a emigrar a Alemania, como en los buenos tiempos del desarrollismo. No es que le fuera muy bien, pero había trabajo para profesionales que aceptaran cobrar menos por hacer más. La Merkel se lo había montado bien: o trabajas sin rechistar o te dejo sin euro y allá te las arregles. ¿Y quién era el guapo que volvía a la peseta? A él no le afectaba mucho, porque ya había ajustado su consumo a sus ingresos, cultivaba tomates y verduras en su terraza, recogía enseres por calles y mercados, participaba en redes de trueque y se había apuntado a una cooperativa de consumo. No le daba vergüenza porque había cantidad de gente que lo hacía. Pero la gente no se enrollaba. Hacían su cosa y se iban. Y los tomates se los plantaba él, los cuidaba él y se los comía él. En fin, que también transitaba solo por las sendas de la economía alternativa.

De modo que optó por formas más tradicionales de buscar compañía, o sea ligar. Apenas empezaba la sesentena y estaba de buen ver, gracias a que no bebía whisky y a los genes de su mamá. Incluso tenía pelo. Había una discoteca bien que se especializaba los jueves en maduritas y barrigones. Ahí fue un par de veces. La visión de abundantes carnestolendas jugando a jovencitas con mini junto a manadas de vejestorios rezumando Viagra le desanimó de entrada. Y de salida fue buscando alguna prostituta ocasional. Le sirvió como sexo breve, pero su problema no era el sexo. Sus necesidades eran ya limitadas y su excitación menguada por la amenaza del sida y la obligatoriedad del condón. Además, no hay nada más solitario que el sexo con prostitutas porque se trata de una doble soledad tarifada por macarras. Pensó en agencias matrimoniales pero en realidad él no se quería casar porque con lo que tenía le alcanzaba para él pero no para vete a saber quién que roncara a su lado. Decididamente, lo que se construye en muchos años es difícil de sustituir deprisa y corriendo.

Bueno, quedaban los amigos. Pero ¿cuáles? No había muchos y los realmente existentes pasaban su tiempo entre cónyuges de distintas épocas, nietos y oscuras actividades de las que nadie se entera. Le hubiera gustado tener a sus nietos cerca. Pero sus dos hijos vivían lejos, uno en Nueva York con su pareja gay, el otro con una desmesurada lechera danesa de donde emergieron con dificultad dos querubines rosados como cerditos que le decían cosas dulces pero ininteligibles cada vez que los visitaba en Aarhus. De modo que entre eso y el frio invernal prefería reunirse con ellos en el verano de la Costa Brava.

Tal era su sentimiento de abandono que pensó en animales domésticos. Le gustaban los perros pero estos animalitos se hacen tan dependientes de sus amos que rompe el corazón dejarlos un tiempo e incluso se pueden enfermar. Y él quería viajar de vez en cuando, era su última esperanza de conexión con el mundo. Le recomendaron gatos, animales auto-suficientes, inmunes a la afectividad. Pero nunca le gustaron los gatos, tal vez porque cuando era pequeño le arañó una gata zalamera. Y francamente depositar su necesidad de compañía en una tortuga le pareció excesivo.

Así que vivía solo y solo deambulaba por las calles festivas repletas de gentes afanadas en comprar regalos envueltos en sucedáneos de felicidad. No tenía a quién regalarle y nadie le regalaría. Se dio cuenta. Estaba verdaderamente solo, nadie en su entorno, solo con su soledad. Y de repente sintió una serenidad extraordinaria, una libertad ilimitada. Solo, sí, pero porque así quería estar. Solo porque no aceptaba simular la compañía. Solo porque no quería soportar discursos huecos, ni creer en promesas falsas. Solo porque era auténtico, era él, era una persona, no un monigote de papel de cartas, ni un familiar de deberes prescritos. Solo pero libre, solo pero él, solo en su calma de vivir.

Entonces sintió pena por quienes necesitaban la Navidad para fingir su alegría.
Fuentes:
Canción triste de Navidad
Canción triste de Navidad

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La perra. Capítulo 2

El inicio de esta historia es: La perra <=Clic


Hacía tiempo que salíamos, así que propuse convivir en pareja y nos fuimos a mi casa.

Como a la semana dijo que la perra perdía pelo y ensuciaba las cobijas.
Ella la había autorizado a dormir a los pies de la cama un día de frío, pero debí reconocer que algo de razón tenía.
Aclaro que "Ella" tiene nombre y apellido, aunque no lo menciono por discreción. A la perra sí porque no va a leer esto, y su nombre era "Negra", tal como relato el encuentro ACÁ. <=Clic
Retomo y sigo: Puse un cartón de unos 25 cm de alto en la puerta y me acosté alerta. Cuando vino detrás -y justo en el momento que lo saltaba- dije: "¡No! Fuera".
Al instante saltó nuevamente hacia afuera y se quedó mirándome desde atrás de la valla. Agregué: "¡Muy bien, muy bien! Fuera".

Pero "Ella" no quedó conforme y, a los pocos días, se quejó porque para entrar a la pieza había que levantar la pata.
Nuevamente reconocí que que algo de razón tenía.
Quité la valla de cartón y la Negra permaneció fuera de la habitación. Aproveché para decirle: "¡Muy bien, muy bien! Fuera".

A los pocos días, "Ella" volvió a quejarse porque había pelos en la cocina y la perrita hacía sus necesidades en el patio. Quería que la abandonara por ahí; entonces preparé el mate para amenizar la charla y este -masomeno- fué el diálogo:

ELLA: Llevala por ahí, bastante lejos y que se arregle. Acá es un incordio.
YO: La rescaté de esa situación y censuro a quienes abandonan una mascota. ¿Como podría imitarlos?
ELLA: ¡Dejate de joder. Es un perro!
YO: La perra estaba desde antes, sin embargo nunca se quejó.
ELLA: ¡Porqué no puede!
YO: Puede. De hecho te aceptó y brindó su afecto desde el primer día. Lo podía haber mezquinado y ningunearte.
ELLA: ¡Dejate de joder! ¿Vas a defender a la perra o a mí?
YO: Pretendo defender lo justo y equitativo.
ELLA: ¡Basta: La perra o yo!
YO: Así planteado no me dejás salida.
ELLA: Repito; la perra o yo.
YO: No me obligues a tomar una decisión. Podría darte una respuesta que no sea de tu agrado.
ELLA: No podés elegir a la perra, yo soy más importante.
YO: ¿Más importante?
ELLA: Decidite, la perra o yo.
YO: Insisto en que no me obligues a tomar una decisión. Pensá (y pensalo profundamente), que podría darte una respuesta desagradable.
ELLA: Bueno, acabala, la perra o yo.
YO: La perra.
ELLA: ¿Y que vamos a hacer con la perra?
YO: No vamos a hacer. Voy a hacer. La perra se queda.
ELLA: ¿Y yo?
YO: Tenés dos opciones: Aprendés a convivir con la perra y conmigo o te vás.
ELLA: Con la perra no quiero saber nada, y si no me defendés, con vos tampoco.
YO: Entonces tenés una sola salida. Irte.

(Ya la discusión se ponía tensa).
ELLA: ¡Yo, de acá, no me voy!
YO: Nuevamente tenés dos opciones: O te vas como una señorita francesa por las buenas, o por las malas te saco a patadas en el culo.
ELLA: No me voy a ninguna parte. Ni lo sueñes.
YO: Podés tomar tus cosas, subir al auto del lado del acompañante y te llevo donde digas o...
ELLA: ¿O qué...?
YO: ...te quiebro por la mitad, te meto en el baul del coche y te tiro en un descampado.
ELLA: ¿Me estás amenazando?
YO: No es una amenaza, es el aviso de lo que va a ocurir.
ELLA: ¡No te atreverías!
YO: (Levantándome de la silla). ¿Querés probar?
······················
ELLA: ¿Me llevás a la casa de mi vieja?
YO: Como no.
ELLA: ¿Puedo juntar mis cosas?
YO: (Sentándome) Obvio.
ELLA: ¿Lo dejamos para mañana o pasado?
YO: Ya nó. Llegamos muy lejos. No hay marcha atrás.
······················


PD: Todos los comentarios son bienvenidos. Incluso los que versen sobre "violencia de género".

domingo, 11 de diciembre de 2011

La perra

Cuando cae un chaparrón en la Provincia de Misiones, las rutas se tornan resbaladizas.
Para evitar un accidente, paré a un costado del camino para cocinar un par de churrascos y almorzar.
Encendí la garrafita y coloqué la plancha con la carne arriba.

Apareció de entre los matorrales moviendo la cola, pero tenía miedo y no se acercaba a menos de un par de metros, aunque mostraba su alegría (?) corriendo en círculos.
Solo era el esqueleto -de unos dos o tres meses- de un perro forrado por cuero, pero no aceptaba que me arrimara a acariciarle.
Tomé el bife de la plancha y se lo ofrecí. No vino, entonces lo arrojé a dos metros de donde me encontraba y casi no tocó tierra. Lo devoró en un santiamén.
Puse el segundo -y último- trozo de carne en la plancha porque yo, también, tenía hambre.
Me miraba conservando las distancias, y en sus ojos creí entender que lo necesitaba más que yo. Hice de tripas corazón y se lo dí, estimando que podría parar en algún comedor más tarde, pero ese bicho lo precisaba realmente.
Subí al camión y preparé el mate para distraer mi apetito. Cuando escampó, puse en marcha el motor para continuar viaje y apareció nuevamente, moviendo la cola y ladrando, al lado de la puerta.
¡Me causó gracia!
Abrí la puerta y dije: ¡Arriba!
¡Pobrecito/a! Lo intentó pero no llegaba, rebotando en el estribo sin poder pasar del 2º escalón.
Se me ocurrió llevarlo hasta el próximo comedor para que pudiera subsistir.
Bajé y lo subí. Inmediatamente se acomodó en el piso del lado del acompañante. Y me miraba con ojitos temerosos.
Comprendí que era de las tantas "mascotas" que son abandonadas por los (¿)humanos(?) cuando crecen, más aun si son hembras.
Continué mi viaje y, en el primer comedor (unos 40 kilómetros) que encontré, paré.
Abrí la puerta y ordené: ¡Abajo!
¡¡¡Se pegó un porrazo al caer!!!, pero se fue a no se donde.
Pedí una tira de asado con ensalada de radicheta y ajo y lo devoré, un poco por hambre atrasada y otro poco porque estaba buenísimo.
Cuando salí, ni recordaba su existencia. Subí, puse en marcha y mientras esperaba que el motor tomara temperatura, apareció "a los gritos" y moviendo la cola hasta llegar a la puerta.
¿Como podía ser que si, mientras estuve en el comedor, habían partido otros vehículos, apareciera?
¿Lo habría intentado con todos, sin resultado?
Paré el motor. Se fue. Arrancaron otros y no apareció. Para mí era un encuentro casual y había terminado.
Puse en marcha nuevamente y la ví, ladrando desesperadamente, hasta llegar. Si en lugar de pelos hubiera tenido plumas en la cola, superaba la altura de los cóndores.
Se repitió la escena cuando abrí la puerta y dije ¡Arriba!. La tuve que ayudar.
Cuando llegué a mi casa la bajé y se acomodó bajo la mesa de la cocina.
No supe que hacer, pero creí (?) que me había adoptado y aunque no creo ser buena persona, tampoco me considero un hijueput.
Apelando a mi enorme capacidad para poner nombres originales, la bauticé Negra, y durante un tiempo convivimos sin inconvenientes, pero luego me "arrejunté" y...

¡Pero esa ya es otra historia!

Continúa en: La perra. Capítulo 2

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