viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 30

El miércoles siguiente Carla empezó a dibujar sobre la tela. Al fin estaba entusiasmada, en pocos días Gustavo cumpliría años y pensó que su primer cuadro sería un regalo muy significativo para él. La profesora dijo que en una primera etapa dejara salir lo que quisiera. Y Carla sólo pudo dibujar rayas. El miércoles siguiente también fueron sólo rayas. Unas rayas negras, de distintos grosores, que sus compañeras miraban sin hacer comentarios. A su lado, Mariana Andrade pintaba un bodegón. Era una mesa iluminada sobre la que había un mantel, una jarra volteada de la que no chorreaba ningún líquido, unas manzanas, una botella, algunas uvas. A Carla le sorprendió que alguien pudiera dibujar una manzana tan parecida a una manzana. Dorita Llambías, que hasta ese momento trabajaba sobre su tela aparentemente ajena a lo que hacía su compañera, dijo: "¿Qué estás copiando hoy, Mariana, un Lascano?". Mariana la miró con fastidio y recién entonces Carla vio la lámina que tenía sobre el regazo y que le servía de modelo. Liliana se acercó a la lámina. "Eso no es un Lascano. Es una mala copia." Carla sintió algo de pudor por haber pensado que la manzana de Mariana era tan perfecta, cuando para la profesora ni siquiera el modelo copiado lo era. Dorita la llamó desde su caballete. "Carla, a ver, vos que no conoces mis cuadros anteriores, decime qué te parece esto." Carla se acercó y vio una especie de llanura, a la que para su gusto se le notaban demasiado las pinceladas, con un cielo lleno de nubes, a las que también se le notaban demasiado las pinceladas. Entre las nubes podían adivinarse formas de pies y manos de distintos tamaños. Lo dijo así, tal como lo veía. "Sí, es fatal, siempre me aparece lo mismo. A mí me sale todo para el lado del surrealismo. Porque no necesito copiar, ¿entendés?"

Carla entendió y volvió a sus rayas. Se quedó mirándolas. Se preguntó qué serían, y por qué le salía eso de adentro, y no pies y manos envueltos en nubes. No sabía siquiera si lo que pintaba tenía algún valor estético. Liliana le había dicho que por el momento no se preocupara por eso. Pero le empezaba a parecer que en realidad sí importaba y que estaba teniendo con ella una descarada consideración de principiante. Pensaba en esto cuando Mariana dijo: "Yo que vos, intento por el lado de los bodegones. O de las naturalezas muertas, o las frutas, algo por el estilo. No conozco tu casa, pero dudo que esto pegue con tu living". Se acercó y agregó en un tono más bajo: "Fíjate lo de Dorita, mucho surrealismo, mucho surrealismo, pero lo que hace no lo podes colgar ni en el baño".

El miércoles siguiente era el té mensual "de las chicas de pintura". Tocaba esta vez en lo de Carmen Insúa, y no faltó nadie. La clase terminó cinco minutos antes para dejar todo listo y limpio antes de ir. Carla fue en el auto de Mariana, y se les sumó Dorita, que tenía la camioneta haciendo el service de los siete mil kilómetros. Hicieron las seis cuadras casi calladas. Carla sólo recuerda que una de las mujeres dijo: "Espero que el té sea té". Y la otra no le contestó, aunque hizo un gesto condenatorio.
Estacionaron detrás del auto de Liliana, y detrás de ellas las otras. Seis autos y nueve mujeres que estacionaron lo más cerca de la banquina posible para evitar que el personal de seguridad las interrumpiera en medio del té porque alguna impedía el paso.
La mesa estaba lista, impecable. Vajilla Villeroy Bosch sobre mantel de hilo blanco. Sandwiches, bocaditos, a un costado una mesa auxiliar con un lemon pie, y un cheese cake. Y un poco más allá una bandeja con copas y dos botellas de champán en hieleras de plata con el hielo picado, que Mariana se encargó de señalarle a Carla, con un gesto parecido al suspiro del auto, como si ella supiera. "¿No prefieren tomar algo fresco en vez de té?", dijo Carmen mientras se servía una copa de champán. Dorita y Liliana cruzaron miradas. "Che, me encanta el cuadro. Muy sobrio", dijo Mariana señalando el Labaké. Y Liliana, por lo bajo, le dijo a Dorita: "¿Dijo 'sobrio', la boluda, no te puedo creer?". "¿Y a vos qué te parece, Lili?", preguntó Carmen, ansiosa. Liliana se tomó un tiempo y después dijo: "Es una obra que está bien. Está bien". Carmen pareció aliviada y dijo: "¿Sabes que me dijo el marcharía que ya vale un veinte por ciento más que cuando lo compré?". "Sí, puede ser, hay gente que no te explicas por qué les va tan bien con tan poco. Será que su virtud es ver la veta, ¿no?", dijo Liliana mientras se metía un bocadito en la boca. "¿Pero Labaké no ganó el último Salón Nacional de Pintura?", aclaró Carmen, algo preocupada, "eso me dijeron cuando lo compré." "¿Y te crees que eso no está arreglado? ¿Me pasas el té?", dijo Liliana.

Carmen parecía confusa. Como si quisiera decir algo más y el champán no la dejara terminar de procesarlo. Optó por no decir nada y servirse otra copa. Carla se paró y fue hasta el cuadro. Predominaba el color ocre, un ocre idéntico al de los sillones de Carmen, con una textura muy especial, trabajada con arpillera y otros relieves. A Carla le gustó, mucho, parecían tres árboles sin hojas, pero no secos, que hundían sus raíces en la arena, donde se encontraban con espigas cerradas, y una canoa muy pequeña, y dentro de la canoa una mujer, inmóvil, pero viva. Una mujer inmóvil. Y sobre la arena dos espigas abiertas, a punto de madurar. La mujer de la canoa le pareció mucho más difícil de dibujar que una manzana y, ante la certeza de que hay cosas que nunca podría hacer, le dieron ganas de llorar.

"Muchas gracias por el té. La próxima vez lo hacemos en la mía. Y el cuadro me encantó", le dijo Carla al despedirse. Mientras el auto de Mariana se ponía en marcha, Carla vio a través de la ventana cómo Carmen juntaba los restos de las copas en la suya y bebía. "Cada día está peor", dijo Dorita. Y Mariana suspiró. "¿Sabes que el cuadro lo compró vendiendo todas las joyas que le regaló Alfredo?", agregó Dorita. "No... ¿en serio?", dijo Mariana. "¿Qué le agarró?" "Qué sé yo, me dijeron que Alfredo casi la mata." "No es para menos." "A mí el cuadro me gustó", se atrevió a decir Carla. "No sé, yo de cuadros no entiendo. Pero de joyas sí. ¿Te conté que en casa vendo joyas? Tenes que venir", dijo alguna de las dos.

La siguiente clase Carmen no fue. Liliana preguntó si alguien sabía de ella. Nadie contestó, pero todas se cruzaron miradas. Hasta Carla, para no quedar afuera. Liliana dio por terminado su cuadro de rayas. Carla había empezado a ir al curso en auto. Al terminar la clase cargó el cuadro y manejó las cinco cuadras que la separaban de su casa, tensa, como con una preocupación que no terminaba de entender. Gustavo no había llegado. Llevó el cuadro al depósito de su casa y lo subió a una silla que hizo de caballete. Lo miró. El cumpleaños de Gustavo era en un par de días y Carla no estaba segura de que ese dibujo fuera lo que él querría recibir de ella. Y no quería que Gustavo se enojara. Ya no. Intentó dos o tres rayas más, pensó en darle un toque de color, pero nada la convencía. Lloró. Entró en la casa y buscó en su agenda el teléfono de Liliana. Le pidió una cita para la mañana siguiente. "Bueno, venite a casa a eso de las nueve, después de que dejes a los chicos en el colegio." "No tengo chicos." "Ah, ¿no?"

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