viernes, 21 de agosto de 2009

Las viudas de los jueves - Página 36

Capítulo 27

El día en que apareció Carla Masotta en la inmobiliaria coincidió con uno de los peores días de mi vida. Acababa de venir de una escritura, lo cual debería haberme puesto contenta ya que hacía meses que no concretaba una operación y esa comisión sería una tabla en medio de una tormenta que recién empezábamos a ver. Era el otoño del 2001. Paco Pérez Ayerra había vendido su casa, y alquilado otra a través de mi inmobiliaria. Estaba con problemas financieros, o mejor dicho su empresa estaba con problemas financieros. Había renunciado el ministro de Economía y el presidente había puesto otro que duró sólo quince días. Dio un discurso, pidió más ajuste, viajó a Chile y cuando volvió ya no tenía trabajo. El presidente lo había reemplazado por el pelado que había sido ministro de Economía del presidente anterior. Presidente de partido antagónico, ministro ya no se sabía de qué partido. Si vuelve el pelado a lo mejor las cosas cambian, porque afuera le tienen mucha confianza, me acuerdo que me dijo Paco, pero por las dudas prefirió no tener bienes registrables contra los que alguien pudiera accionar llegado el caso. Con ese argumento, "caso de fuerza mayor", insistió en que no correspondía que pagara comisión él sino sólo el comprador de su casa, cosa que por supuesto no acepté. "Yo trabajo de esto, Paco." "Y yo qué culpa tengo", me contestó. Finalmente, de mala gana, los dos aceptamos una rebaja de mi comisión a la mitad. Pero lo que terminó de minar mi humor no fue esa quita sino que mientras contaba los billetes y anotaba la numeración de los dólares que iba recibiendo, Paco separaba a un costado los más viejos, los rotos, los sucios, hasta completar el importe de lo que me debía. Y con esos billetes me pagó. "Bueno, ¿todo aclarado, entonces?", dijo Nane, "no podemos permitirnos malos entendidos entre nosotros por cosa de dinero, ¿no?". Y yo le contesté: "Todo aclarado, Nane", mientras guardaba los billetes sucios de su marido en la cartera.

Carla entró decidida, pero se la notaba nerviosa. Se sentó delante de mí mientras yo terminaba una conversación telefónica, sin sacarse los anteojos negros. Yo hablaba con Teresa Scaglia, todavía no sabía para qué me había llamado porque daba vueltas sin decir nada. "Sí, acaba de entrar alguien, pero decime, no hay problema." Teresa prefirió cortar. "Te hablo cuando estés más tranquila", dijo. Carla, mientras se movía en la silla, hamacaba una pierna cruzada sobre la otra y movía el escritorio involuntariamente. "Como prefieras", dije y corté. Miré a Carla, le sonreí. "Soy casi arquitecta", me dijo. Y yo tontamente dije: "Mira qué bien", porque no sabía a qué venía ella ni su comentario y no quería incomodarla más de lo que estaba. "Necesito trabajar, necesito salir de mi casa, tener un proyecto." No dije nada. "Necesito que me des una mano", completó antes de que se le quebrara la voz. Sonó el teléfono. Atendí, era otra vez Teresa. "No, no se fue la... clienta... pero decime si es importante." No quiso, otra vez prefirió llamar más tarde. Volví a Carla, le pedí disculpas. "¿Y yo cómo te puedo ayudar?" "Pensé que podría colaborar con vos en la inmobiliaria." Que me planteara eso en un año en que el mercado inmobiliario estaba prácticamente parado, si no fuera por operaciones como las de Pérez Ayerra, me hizo pensar que Carla estaba más desconectada del mundo exterior de lo que ella misma sospechaba. "Mira, la cosa está muy dura, no sé si estás al tanto de cómo viene este mercado." "No tengo mucho para ofrecer, por eso es que no ofrezco, pido...", lloraba detrás de los anteojos, "estoy pidiendo, y me cuesta, pero alguien me tiene que ayudar". No sabía qué decir, de verdad que no tenía resto para tomar a nadie. "Sin sueldo, no me importa cuándo me pagues, cuánto me pagues, ni siquiera me importa que me pagues. Podemos llegar al arreglo que quieras. Pero necesito trabajar." Carla se sacó los anteojos y me mostró su ojo negro. "Gustavo...", no terminó la frase porque otra vez se le quebró la voz. No supe qué decir, y antes que lo supiera sonó el teléfono. Otra vez era Teresa y otra vez el día se fue para otro lado. "Sí, sí, decime, decime, Teresa", mentí que estaba sola, era mejor escucharla y terminar de una vez a que sonara el teléfono cada cinco minutos. "Yo sé que no es un tema para hablar por teléfono, pero tengo un nudo en el estómago desde que me enteré de esto..." "¿De qué?", dije pero no me escuchó. ".. .y yo hoy no estoy por Los Altos en todo el día, y mañana..., ¿viste que mañana se juega la Copa Challenger en...". "Está bien Teresa, no te preocupes, decime." "Júrame que te lo vas a tomar con calma." "Habla." "Juani figura en la lista de Chicos en Riesgo." "¿Qué lista?" "De Chicos en Riesgo." "No entiendo." "Una lista que hace la Comisión de no sé qué con la información que le pasan los vigiladores." "¿Los vigiladores le pasan información a quién?" "A ellos, y ellos al Consejo, por eso lo sé, porque alguien del Consejo, que no me preguntes por favor quién es, se lo dijo al Tano confidencialmente y yo te lo tengo que decir, Vir, porque con qué cara te miro yo si no te lo digo." Cada vez entendía menos. Carla frente a mí se sonaba los mocos con un pañuelo de papel. "Si hubiera sido al revés yo habría querido que vos me lo dijeras." "¿Que te dijera qué?" "Que alguno de mis chicos está en la lista." "Teresa, me decís de una vez por todas qué es esa lista, y qué son esos chicos en riesgo." "Drogadictos, Vir, Juani está en una lista de drogadictos." Me quedé dura. "Hola, hola... ¿estás? Yo sabía que tenía que esperar y decírtelo en persona. Contéstame, Vir, no me dejes así que estoy a kilómetros de La Cascada... Vir..." Le corté. Me quedé frente a Carla Masotta en silencio, sin hacer un solo movimiento, petrificada. Sonó el teléfono. Levanté el tubo y lo estampé con violencia sobre la base. Volvió a sonar. Lo dejé que sonara hasta que se calló. Otra vez sonó. Carla se levantó y lo desenchufó. "¿Qué pasa?" "Mi hijo... está en una lista..." "¿Lista de qué?" "Una lista", repetí. Ella me esperó hasta que pude articular una oración completa. "Una Comisión hace una lista con todos los chicos que se drogan", me encontré diciéndole sin saber por qué se lo decía. A ella, con quien casi no tenía trato, una mujer que no era mi amiga, a la que su marido le pegaba hasta dejarle un ojo negro. Alguien que casualmente había entrado en mi oficina el día en que Teresa me decía por teléfono que mi hijo figuraba en una lista que yo no conocía. "¿Y tu hijo se droga?", me preguntó. "No sé." "Pregúntaselo." "¿Qué me va a decir?" "¿No le crees?" "Estoy confundida." Nos quedamos un rato en silencio. "¿Y es legal?", me preguntó. "¿Qué cosa? ¿Drogarse?" "No, hacer ese tipo de listas", dijo y se paró a servirme un vaso de agua. "¿La Comisión tendrá Lista de Maridos que les Pegan a sus Mujeres?", preguntó. "No creo", le contesté, y las dos nos reímos en medio de nuestras propias lágrimas.

(Ver página 37)
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1 comentario:

Claudia dijo...

Es una novela excelente con un relato atrapante.
Gracias por publicarlo.