lunes, 27 de julio de 2009

Fahrenheit 451 - Página 33

-Este hombre está ido...
«¡Knoll Wiew!»
El tren produjo un siseo al detenerse.
«¡Knoll Wiew!» Un grito.
«Denham.» Un susurro.
Los labios de Montag apenas se movían.
-Lirios...
La puerta del vagón se abrió produciendo un silbido. Montag permaneció inmóvil.
La puerta empezó a cerrarse. Entonces, Montag pasó de un salto junto a los pasajeros, chillando interiormente y se zambulló, en último momento, por la rendija que dejaba la puerta corrediza. Corrió hacia arriba por los túneles, ignorando las escaleras mecánicas, porque deseaba sentir cómo movían sus pies, cómo se balanceaban sus brazos , se hinchaban y contraían sus pulmones, cómo se resecaba su garganta en el aire. Una voz fue apagándose detrás de él: «Denham,
Denharn». El, tren silbó como una serpiente y desapareció en su agujero.
-¿Quién es?
-Montag.
-¿Qué desea?
-Dejeme pasar.
-¡No he hecho nada!
-¡Estoy solo, maldita sea!
-¿Lo jura?
-¡Lo juro!
La puerta se abrió lentamente. Faber atisbó, parecía muy viejo, muy frágil y muy asustado. El tenía aspecto de no haber salido de la casa en años. Él y las paredes blancas de yeso del interior eran muy semejantes. Había blancura en la pulpa de sus labios, en sus mejillas, y su cabello era blanco, mientras sus ojos se habían descubierto, adquiriendo un vago color azul blancuzco. Luego, su mirada se fijó en el libro que Montag llevaba bajo el brazo, y ya no pareció tan viejo ni tan frágil.
Lentamente, su miedo desapareció.
-Lo siento. Uno ha de tener cuidado.
Miró el libro que Montag llevaba bajo el brazo y no pudo callar.
-De modo que es cierto.
Montag entró. La puerta se cerró.
-Siéntese.
Faber retrocedió, como temiendo que el libro pudiera desvanecerse si apartaba de él su mirada. A su espalda, la puerta que comunicaba con un dormitorio estaba abierta, y en esa habitación había esparcidos diversos fragmentos de maquinaria, así como herramientas de acero. Montag sólo pudo lanzar una ojeada antes de que Faber, al observar la curiosidad de Montag, se volviese rápidamente, cerrara la puerta del dormitorio y sujetase el pomo con mano temblorosa. Su mirada volvió a fijarse, insegura, en Montag, quien se había sentado y tenía el libro en su regazo.
-El libro... ¿Dónde lo ha ... ?
-Lo he robado.
Por primera vez, Faber enarcó las cejas y miró directamente al rostro de Montag.
-Es usted valiente.
-No -dijo Montag---. Mi esposa está muriéndose. Una amiga mía ha muerto ya.
Alguien que hubiese podido ser un amigo, fue quemado hace menos de veinticuatro horas. Usted es el único que me consta podría ayudarme. A ver. A ver...
Las manos de Faber se movieron inquietas sobre sus rodillas.
-¿Me permite? Disculpe.
Montag le entregó el libro.
-Hace muchísimo tiempo. No soy una persona religiosa. Pero hace muchísimo tiempo. -Faber fue pasando las páginas, deteniéndose aquí y allí para leer-, tan bueno como creo recordar. Dios mío, de qué modo lo han cambiado en nuestros «salones». Cristo es uno de la «familia». A menudo, me pregunto si reconocerá a Su propio Hijo tal como lo hemos disfrazado. Ahora, es un caramelo de menta, todo azúcar y esencia, cuando no hace referencias veladas a ciertos productos comerciales que todo fiel necesita imprescindiblemente. -Faber olisqueó el libro-. ¿Sabía que los libros huelen a nuez moscada o a alguna otra especia procedente de una tierra lejana? De niño, me encantaba olerlos. ¡Dios mío! En aquella época, había una serie de libros encantadores, antes de que los dejáramos desaparecer. -Faber iba pasando las páginas-. Mr. Montag, está usted viendo a un cobarde. Hace muchísimo tiempo, vi cómo iban las cosas. No dije nada. Soy uno de los inocentes que hubiese podido levantar la voz cuando nadie estaba dispuesto a escuchar a los «culpable», pero no hablé y, de este modo, me convertí, a mi vez en un culpable. Y cuando, por fin, establecieron el mecanismo para quemar los libros, por medio de los bomberos, rezongué unas cuantas veces y me sometí, porque ya no había otros que rezongaran o gritaran conmigo. Ahora es demasiado tarde.. -
Faber cerró la Biblia-. Bueno ¿Y si me dijera para qué ha venido?

(Ver página 34)
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