-Sí, hay que hacer algo.
-¡Bueno, no nos quedemos aquí hablando!
-¡Hagámoslo!
-¡Estoy tan furioso que sería capaz de escupir!
¿A qué venía aquello? Mildred no hubiese sabido decirlo. ¿Quién estaba furioso contra quién? Mildred lo sabía bien. ¿Qué haría? «Bueno -se dijo Mildred esperemos y veamos.»
Él había esperado para ver.
Una gran tempestad de sonidos surgió desde las paredes. La música le bombardeó con un volumen tan intenso, que sus huesos casi se desprendieron de los tendones; sintió que le vibraba la mandíbula, que los ojos retemblaban en su cabeza. Era víctima de una conmoción. Cuando todo hubo pasado, se sintió como un hombre que había sido arrojado desde un acantilado, sacudido en una centrifugadora y lanzado a una catarata que caía y caía hacia el vacío sin llegar nunca a tocar el fondo, nunca, no del todo; y se caía tan aprisa que se tocaban los lados, nunca, nunca jamás se tocaba nada.
El estrépito fue apagándose. La música cesó.
- Ya está -dijo Mildred-.
Y, desde luego, era notable.
Algo había ocurrido. Aunque en las paredes de la habitación apenas nada se había movido y nada se había resuelto en realidad, se tenía la impresión de que alguien había puesto en marcha una lavadora o que uno había sido absorbido por un gigantesco aspirador. Uno se ahogaba en música, y en pura cacofonía. Montag salió de la habitación, sudando y al borde del colapso.
A su espalda, Mildred estaba sentada en su butaca, y las voces volvían a sonar.
-Bueno, ahora todo irá bien -decía una «tía»-.
-Oh, no estés demasiado segura -replicaba un «primo»-.
-Vamos, no te enfades.
-¿Quién se enfada?
-¡Tú!
-¿Yo?
-¡Tú estás furioso!
-¿Por qué habría de estarlo?
-¡Porque sí!
-¡Está muy bien! -gritó Montag---. Pero, ¿por qué están furiosos? ¿Quién es esa gente? ¿Quién es ese hombre Y quién es esa mujer? ¿Son marido y mujer, están divorciados, prometidos o qué? Válgame Dios, nada tiene relación.
-Ellos... -dijo Mildred-. Bueno, ellos.... ellos han tenido esta pelea, ya lo has visto. Desde luego, discuten Mucho. Tendrías que oírlos. Creo que están casados. Sí, están casados. ¿Por qué?
Y si no se trataba de las tres paredes que pronto se convertirían en cuatro para completar el sueño, entonces, era el coche descubierto y Mildred conduciendo a ciento cincuenta kilómetros por hora a través de la ciudad, el gritándole y ella respondiendo a sus gritos, mientras ambos trataban de oír lo que decían, pero oyendo sólo el rugido del vehículo.
¡Por lo menos, llévalo el mínimo! -vociferaba Montag---.
-¿Qué? -preguntaba ella-.
-¡Llévalo al mínimo, a ochenta! -gritaba él-.
-¿Qué? -chillaba ella-.
-¡Velocidad! -berreaba él-.
Y ella aceleró hasta ciento setenta kilómetros por hora y dejó a su marido sin aliento.
Cuando se apearon del vehículo, ella se había puesto la radio auricular.
Silencio. Sólo el viento soplaba suavemente.
-Mildred.
Montag rebulló en la cama. Alargó una mano y sacó de la oreja de ella una de las diminutas piezas musicales.
-Mildred. ¡Mildred!
(Ver página 21)
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lunes, 27 de julio de 2009
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