La idea de truncar el mandato de CFK por medio del vacío de poder y la ingobernabilidad fue enunciada por el ex senador Eduardo Duhalde, el experto que concibió la doctrina del empujón cuando se iniciaba la agonía del menemismo y la probó en 2001 para encaramarse en el sillón presidencial. Este desfasaje entre los libros y la vida lo padecieron Raúl Alfonsín a partir de 1987, Carlos Menem luego de su derrota de 1997 y Fernando de la Rúa en 2001. En cada una de esas situaciones coyunturales, en las que las distintas fuerzas políticas pugnan por consolidar o demoler un bloque social de poder, intervino el Duhalde.
Ni aun así debería perderse de vista su carácter sistémico, no atribuible con exclusividad a un gobierno, un partido o un hombre, y que deriva de la extraña combinación entre presidencialismo y representación proporcional.
En noviembre, Eduardo Buzzi dijo que el objetivo de la Mesa de Enlace de las patronales agropecuarias era desgastar al gobierno.
Hace diez días, en el discurso de Leones, dijo que “no somos destituyentes” y que “nadie apuesta a un helicóptero”.
El tambero Hugo Biolcati musitó en privado “les ganamos en octubre y no terminan” y Elisa Carrió vaticina una muy próxima elección presidencial.
La polarización es inevitable y el gobierno también lo sabe, no como De la Rúa, quien dos meses antes de renunciar sostuvo que las elecciones de renovación legislativa de 2001 le resbalaban porque no había sido candidato.
Por Horacio Verbitsky
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