miércoles, 1 de agosto de 2018

- A T R A P A S U E Ñ O S -

Ernestina pasaba largas horas tejiendo atrapasueños.
Se sentaba en una silla mecedora de mimbre, tejiendo varios, durante cada noche en que el viento frío del invierno entraba por las hendijas de las ventanas que daban al patio.
No era invierno, era otoño. Recuerdo todavía las hojas en tonalidades de marrones y amarillos esparcidas por el patio, como una alfombra.
Recuerdo el rincón donde se reconfortaba por las noches. Un hogar con unos seis o siete leños de algarrobo le duraban hasta la media mañana del día siguiente y su silla mecedora, de respaldo alto y el legendario almohadón que había heredado de su abuelo.Era un almohadón azul con motivos de caballitos de carrusel, esparcidos por toda la tela.Una canasta hacía de contenedor de sus ovillos de lana. Lana siempre blanca. Nunca supe porqué siempre usaba la misma, y blanca. Nunca tejió ningún atrapasueños en otro color.
Luego les adicionaba tres plumas blancas, y los colgaba en la punta de los tirantes de la galería, haciendo juego con los jazmines. Ay! Que aroma tenían esos jazmines. Nunca volví a sentir el mismo aroma que tenían aquellos.
Ernestina salía por las noches, envuelta en una frazadita gris, mas bien puesta sobre sus hombros, y colgaba los atrapasueños en los árboles de las veredas, para que la gente los reciba como regalo al levantarse.
Ella pensaba que haciéndolo de incógnito, le daba mas misterio al asunto.
Pensaba que lo hacía menos superficial. Que algún tipo de emoción debía generar.
Nunca le conocí familia. Mas bien, ella nunca habló del tema.
Nunca supe si tuvo noviazgos o matrimonios frustrados, nunca supe si tuvo hijos, aunque creo que no, porque nadie iba a visitarla, salvo el cartero, que cada tres semanas le llevaba un paquete.
Tampoco supe que había dentro de esas cajas, ni quién la enviaba.
Cada vez que pasaba por la casa, podía oler un aroma a un té, recién servido, de frutos rojos y menta peperina. Supe que era el único que le gustaba. Y le gustaba la miel también.
Cada vez que pasaba en bicicleta por su casa, se veía su sombra por la ventana, a la luz de la hoguera y de las velas. Porque solía usar dos candelabros por las noches.
Los candelabros siempre me parecieron tenebrosos, pero ella no lo era, ni su casa, ni sus jazmines, ni sus atrapasueños.

                                        30 de julio de 2018.
Patricia Enriqueta

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