domingo, 11 de diciembre de 2011

La perra

Cuando cae un chaparrón en la Provincia de Misiones, las rutas se tornan resbaladizas.
Para evitar un accidente, paré a un costado del camino para cocinar un par de churrascos y almorzar.
Encendí la garrafita y coloqué la plancha con la carne arriba.

Apareció de entre los matorrales moviendo la cola, pero tenía miedo y no se acercaba a menos de un par de metros, aunque mostraba su alegría (?) corriendo en círculos.
Solo era el esqueleto -de unos dos o tres meses- de un perro forrado por cuero, pero no aceptaba que me arrimara a acariciarle.
Tomé el bife de la plancha y se lo ofrecí. No vino, entonces lo arrojé a dos metros de donde me encontraba y casi no tocó tierra. Lo devoró en un santiamén.
Puse el segundo -y último- trozo de carne en la plancha porque yo, también, tenía hambre.
Me miraba conservando las distancias, y en sus ojos creí entender que lo necesitaba más que yo. Hice de tripas corazón y se lo dí, estimando que podría parar en algún comedor más tarde, pero ese bicho lo precisaba realmente.
Subí al camión y preparé el mate para distraer mi apetito. Cuando escampó, puse en marcha el motor para continuar viaje y apareció nuevamente, moviendo la cola y ladrando, al lado de la puerta.
¡Me causó gracia!
Abrí la puerta y dije: ¡Arriba!
¡Pobrecito/a! Lo intentó pero no llegaba, rebotando en el estribo sin poder pasar del 2º escalón.
Se me ocurrió llevarlo hasta el próximo comedor para que pudiera subsistir.
Bajé y lo subí. Inmediatamente se acomodó en el piso del lado del acompañante. Y me miraba con ojitos temerosos.
Comprendí que era de las tantas "mascotas" que son abandonadas por los (¿)humanos(?) cuando crecen, más aun si son hembras.
Continué mi viaje y, en el primer comedor (unos 40 kilómetros) que encontré, paré.
Abrí la puerta y ordené: ¡Abajo!
¡¡¡Se pegó un porrazo al caer!!!, pero se fue a no se donde.
Pedí una tira de asado con ensalada de radicheta y ajo y lo devoré, un poco por hambre atrasada y otro poco porque estaba buenísimo.
Cuando salí, ni recordaba su existencia. Subí, puse en marcha y mientras esperaba que el motor tomara temperatura, apareció "a los gritos" y moviendo la cola hasta llegar a la puerta.
¿Como podía ser que si, mientras estuve en el comedor, habían partido otros vehículos, apareciera?
¿Lo habría intentado con todos, sin resultado?
Paré el motor. Se fue. Arrancaron otros y no apareció. Para mí era un encuentro casual y había terminado.
Puse en marcha nuevamente y la ví, ladrando desesperadamente, hasta llegar. Si en lugar de pelos hubiera tenido plumas en la cola, superaba la altura de los cóndores.
Se repitió la escena cuando abrí la puerta y dije ¡Arriba!. La tuve que ayudar.
Cuando llegué a mi casa la bajé y se acomodó bajo la mesa de la cocina.
No supe que hacer, pero creí (?) que me había adoptado y aunque no creo ser buena persona, tampoco me considero un hijueput.
Apelando a mi enorme capacidad para poner nombres originales, la bauticé Negra, y durante un tiempo convivimos sin inconvenientes, pero luego me "arrejunté" y...

¡Pero esa ya es otra historia!

Continúa en: La perra. Capítulo 2

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3 comentarios:

Patricia Recalt dijo...

Que siga la historia! Por favor!

Luis Quijote dijo...

Gracias por el estímulo Patricia.
De hecho ya lo empecé.

Jenny - PC dijo...

Ja definitivamente my buena le historia.... lo cuentas de forma y lenguaje basico.. que lo hace muy facil de asimilar y lo hace muy ineresante.. me voy por la segunda..